Hace 8 días en esta columna hablábamos sobre la necesidad que, en 1978, el doctor Álvaro Gómez Hurtado propuso al país: Ponernos de acuerdo en lo fundamental. Hoy frente a los apetitos dictatoriales del gobierno de Gustavo Petro, dicha necesidad cobra más relevancia que nunca.
Gustavo está vulnerando, sin el menor de los decoros, una a una todas nuestras instituciones tratando de llevarnos a un Estado de caos en el que él sabe moverse a la perfección. Gustavo tiene paciencia y sabe que las medidas de contención constitucionales le pueden servir como catalizador de convulsiones sociales para promover sus políticas draconianas. Gustavo quiere generar un escenario anárquico para declarar sus Estados de sitio y gobernar por decreto, sin ningún tipo de control, cuál ha sido su objetivo desde siempre como autócrata que se respeta.
Cierto es que nada de lo que acabo de decir nos sorprende. Ya nosotros sabemos leer la personalidad del señor de Palacio y su capacidad, casi fantástica, de desvelar minuto a minuto peores calidades humanas. Pero entonces las preguntas son ¿Qué debemos hacer nosotros? ¿Cuál es el papel que debemos desempeñar los colombianos que queremos este país, que no queremos irnos, y que queremos que nuestros hijos crezcan aquí?
La respuesta es una sola: Unirnos. Unirnos y combatir las desviaciones morales y éticas del presidente, desde el poder de la ciudadanía unida en las calles. Unirnos. Un ejercicio que pareciera aturdir por su elementalidad, pero que requiere tantísima grandeza, empatía, generosidad, sentido del otro, noción de la trascendencia y desprendimiento de los egos.
¿A quién cree usted que le conviene vernos atacándonos unos a otros, canibalizando nuestra fortaleza basados en principios ególatras que son insulsos en este contexto? ¿Quién cree usted que se regodea cada vez que ve que en este lado hay fuego amigo que pretende desmembrar la unidad que requiere hacer frente a una gestión autoritaria como la que ahora enfrenta nuestro país? Eso solo le sirve a Gustavo y a su ejército de áulicos que nos quieren, divididos, enfrentados y en consecuencia débiles.
Pero nosotros, el 68% de este país, es más inteligente que eso. Tenemos que serlo. Y tenemos que estar a la altura. La marcha del 21 y todos los movimientos de activismo social que se están gestando no pueden ser un ejercicio para hacer alarde de quién es más digno de llevar el título de la más pura alcurnia antipetrista. Tampoco puede ser el escenario donde unos sancionamos a otros por haber apoyado en algún momento, ingenua u oportunamente, el proyecto distópico que lidera Gustavo. Nada bueno sale de esto y en eso, tenemos que ponernos de acuerdo.
Tenemos que ponernos de acuerdo en que nuestra salud es un derecho y no un botín para perpetuarse en el poder. Que los experimentos con la atención médica se pagan en vidas y no estamos dispuestos a asumir ese precio. Que el ahorro pensional de toda una vida de trabajo no puede terminar en fuente de financiación del Pacto Histórico o de cualquier otro pacto desdeñable político, enmascarado en discursos bien pensantes populistas. Que los derechos laborales deben protegerse con sentido de justicia y de realidad, pero no servir como herramienta para profundizar el resentimiento en una retórica perversa de lucha de clases, que sirve para generar una masa manipulada, útil para fortalecer mezquinas pretensiones electorales. Que la Constitución del 91 no se puede cambiar por los peligrosos y caprichosos afanes dictatoriales de un señor que se ve a sí mismo como un emperador. Que cualquier intento de modificarla, tiene que estar sujeto a las formas que la misma Carta magna consagra y que una Constituyente puede ser la jugada más arriesgada, costosa y demoledora, para nuestra democracia. Que la inversión de los valores morales y éticos a la que pretende llevarnos este gobierno, con su ponzoñosa propuesta de la paz total, va a destruir de forma irreparable nuestra sociedad si permitimos que prospere. Que el revisionismo histórico que pretenden inocularnos, no puede hacernos creer de forma distorsionada que los buenos son malos y que los malos son buenos. Que en este país, la justicia y la fiscalía, no pueden servir de herramienta para perseguir al enemigo político. Que no estamos dispuestos a negociar nuestras libertades. Y que sobre todo, para enfrentar un peligro tan latente, nos necesitamos unidos. Él no es débil, claro está. Pero el 68% de los colombianos unidos, somos más fuertes. Que de eso no quede duda.
De nada nos sirve una marcha de “extrema pureza ideológica” pero extremadamente escuálida. De nada nos sirve una marcha de los pocos que pretenden nunca haberse equivocado, cuando sacrificamos la fuerza de los muchos arrepentidos, tibios e imperfectos. Bienvenidos todos los que queramos marchar el 21 de abril. Bienvenidos a encontrarnos en las diferencias y en el propósito. Bienvenidos todos los que queramos contribuir con arrebatarle este país a los ímpetus antidemocráticos de un presidente que creyó en la democracia para hacerse elegir pero ahora la desprecia. Bienvenidos los Alejandro y los Juvinao, los Fajardo y los Robledo, los Uribe y los Cabal, los Santos y también, los ‘non sanctos’. Bienvenidos todos los que el 21, vamos a copar las calles.