POR P. ANTONIO IZQUIERDO | El Nuevo Siglo
Domingo, 5 de Agosto de 2012

La fe como memoria

 

Se puede decir que en la fe como principio hermenéutico de la existencia humana se concentran los textos litúrgicos. La fe interpreta la vida de los israelitas que caminan exhaustos por el desierto y les asegura que no están abandonados, sino que Dios con su poder y su amor paterno está con ellos (primera lectura, Éx 16, 2-4.12-15). La fe interpreta la vida de los oyentes de Jesús de forma que sean capaces de ver en la multiplicación de los panes un signo de la presencia eficaz de Dios en medio de ellos (Evangelio, Jn 6,24-35). La fe interpreta al cristiano haciéndole descubrir que ya no es hombre viejo sino nuevo, y que debe hacer resplandecer la novedad de Cristo en su vida (segunda lectura, Ef 4, 17.20-24).

El creyente es un hombre de la memoria. Tiene que recordar, recordar siempre. Recordar la historia de la fe cristiana, que no inicia en nuestro siglo, sino que se remonta a siglos muy lejanos. Recordar tantas maravillas que Dios ha ido realizando en esa historia secular. Recordar también el gran don que Dios nos ha hecho en su Hijo Jesucristo, que ha pasado por este mundo haciendo el bien, como verdadero médico de cuerpos y almas. Recordar el pan multiplicado para alimentar los cuerpos, y recordar el pan de su Palabra y de su Eucaristía para alimentar las almas. Este simple ejercicio de memoria, ¡cuánto bien hace al creyente, al cristiano!

Dios es el primero que no abandona al hombre a sus necesidades más fundamentales de subsistencia. Por eso, socorre a su pueblo con pan, carne y agua en su larga marcha desde Egipto a la Tierra Prometida; Jesús, por su parte, imitando a Dios su Padre, ante una multitud que desfallece de hambre, cumplirá el mismo gesto divino multiplicando los panes y los peces. Pero el pan, aunque necesario, es insuficiente; tiene que ir acompañado por la fe, de modo que Dios no sea un simple benefactor, sino además el Dios trascendente y santo; de modo que la gente no vea en Jesús un candidato a rey, sino el Mesías de Israel y el Hijo de Dios.

Los hombres estamos acostumbrados a ver el poder en el dinero, en las armas, en las influencias, en el Estado, en la autoridad moral, v.g. de Madre Teresa de Calcuta, del Papa Juan Pablo II. Yo quisiera subrayar hoy con la liturgia el poder de la fe. Porque es evidente que la autoridad moral proviene principalmente de sus cualidades, de su fe, una fe tan grande en Dios capaz de romper barreras y destruir muros. Reflexionemos sencilla y agradecidamente en el poder de la fe en nosotros mismos, en las personas que están a nuestro alrededor y con las que convivimos, en tantísimos cristianos esparcidos por todos los rincones de nuestro planeta. Pregúntese cada uno qué puede hacer para que otras personas experimenten en carne propia el poder de la fe. El poder de la fe es la palanca que sostiene y eleva el mundo. / Fuente: Catholic.net