Cristianos con misión
“El espíritu del Señor me ha enviado para dar la buena nueva... me ha enviado para anunciar...” (Is 61,1-2). Un personaje, figura de Cristo, se siente investido de una misión liberadora y salvífica. También Juan Bautista, que reconoce honestamente su función en el plan de Dios, se sabe enviado no como suplantador, sino como testigo de la luz, del Mesías por todos esperado (Evangelio, Jn 1, 6-8. 19-28). Finalmente, Pablo, apóstol-enviado de Cristo, lleva a cabo su misión mediante la predicación y mediante cartas. En esta su primera carta a los tesalonicenses les exhorta a vivir en conformidad con la salvación que Cristo, el enviado de Dios, nos ha conferido (segunda lectura, 1 Ts 5, 16-24).
Por encima de todo, la misión. Es ésta, en mi opinión, la grande enseñanza de la liturgia de hoy. Con toda razón Jesús hará propia esta misión del profeta, indicando así el cumplimiento de la Escritura y su vocación y misión mesiánicas. Saberse con misión no es suficiente, hay que conocer cuál es la propia misión en los designios de Dios. Nuestra misión es ser apóstoles de Jesucristo. Esta continuidad garantiza y da credibilidad a nuestra conciencia y a nuestro sentido de misión entre los hombres.
No se puede separar el nombre de cristiano de la misión. Por definición, cristiano es el discípulo de Cristo que participa de la misma misión de Jesucristo. Cada cristiano ha de ser consciente de que tiene una misión que realizar en la Iglesia: santificar su vida y colaborar en la santificación de la de los demás. Los primeros destinatarios de la misión somos nosotros mismos, porque sólo cuando nosotros somos evangelizados podemos ayudar en la evangelización de otros. Pero somos también “misioneros” de nuestros hermanos, cualesquiera que sean, hagan lo que hagan, independientemente de las circunstancias existenciales en que se hallen. Somos “misioneros”, es decir, enviados por el mismo Cristo a anunciar en la escuela, en la casa, en la oficina, en la calle, en el club, en el Parlamento, etc., que Jesucristo es el Salvador de todos, que Él es la Luz del mundo que ilumina todas las oscuridades de la conciencia individual y de la existencia social y colectiva, que Jesucristo Salvador crea un hombre nuevo y un estilo de vida nuevo, dignos de vivirse.
El “misionero” cristiano cumple su misión sobre todo cuando es testigo, es decir, cuando encarna en su vida de todos los días lo que va predicando de palabra en los diversos lugares y circunstancias diarias. Finalmente, con la Eucaristía damos testimonio de pregustar ya al Señor que viene, en la Navidad mediante la actualización litúrgica del misterio, al fin de los tiempos mediante la virtud de la esperanza de poseer plena e íntegramente lo que ahora sólo sacramentalmente pregustamos. /Fuente: Catholic.net