Por Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 3 de Abril de 2016

¿Para qué el Estado?

 

CADA  semana el ciudadano colombiano se ve sorprendido por lo que hacen, dicen y proponen los hombres y las mujeres que están a cargo del Estado. Se supone que esta creación de la conciencia colectiva, el Estado, tiene su razón de ser en generar las mejores condiciones para que sus súbditos vivan dignamente, encuentren protección a su vida, honra y bienes, sean respetados en su idiosincrasia y creencias y, como se dice en religión, aleje de ellos todo mal y peligro. Pero eso no es lo que está sucediendo. Al contrario: todos los días escuchamos que los hombres y mujeres a cargo temporal del Estado están en un plan completamente distinto. En efecto, de sus labios hay en la actualidad proyectos para seguir atormentando al niño que vive en el vientre materno, dar vía libre a la dosis de drogas alucinógenas según una supuesta necesidad de cada uno, confundir la noción de matrimonio y familia para desestabilizar grandemente a la población inerme, dar toda clase de gabelas a los más grandes criminales que han azotado por décadas el país, etc. Si en esto se encuentra ocupado el estamento gubernamental, ¿qué necesidad tenemos de Estado?

 

Por momentos se respira un aire de rendición de parte de nuestros gobernantes, lo cual no sería tan grave si no es porque de su debilidad siempre se derivan graves consecuencias para el ciudadano del común. Y la rendición consiste en terminar por dar la bendición a todo lo que se propone y levanta la ovación entre sus aduladores o también en los grupos de presión, tan bien situados en los grandes medios de comunicación y en los pasillos de todas las instituciones que manejan la nación.

Nuestro Estado ha perdido, entonces, su capacidad de proteger, defender y favorecer a la mayoría de la población en sus derechos fundamentales y se ha dedicado a consentir pequeños grupos de presión que lo adulan hasta la indignidad. El Estado ya no lucha por la persona, por el ser humano y, en cambio, si se presta fácilmente para todo lo que ataque a las personas, su dignidad, sus verdaderos proyectos de vida. Tal vez nunca como ahora la idiosincrasia colombiana se había visto tan atacada en sus creencias fundamentales y todo en nombre del progreso de la Nación.

 

Cabe, pues, preguntarse si cuando el Estado pierde su norte ético y axiológico permanece la obligación de acatarlo o no. La inviolabilidad de la conciencia es el último refugio de la persona cuando las instituciones, cualquiera ellas sean, se convierten en monstruos y tiranos. Con enorme sutileza e inagotable perseverancia, los hombres y las mujeres que ocupan los puestos de mando del Estado colombiano hoy en día, han ido borrando las líneas del respeto a la persona humana y sin ruborizarse le han ido cercenando, o al menos lo han pretendido, las naturales barreras que protegen contra la muerte, la degradación, la injusticia, la violencia. Por eso nuestra nación es una comunidad en pánico permanente y con una inmensa rabia en el corazón, porque de quienes esperaba justicia y  amparo, ahora no recibe sino afrenta y despojo. No dejo de pensar que un día de estos todo quedará hecho trizas.