Mientras un hombre de noventa años, en una insólita pirueta ideológica, sueña con instalarse en la Moncloa como presidente de Gobierno, la vida, la de verdad, sigue. Probablemente, en la bufonesca moción de censura, que tan entretenidos va a tener a los diputados, poco se va a hablar del escandaloso aumento de los delitos sexuales en adolescentes y niños.
Pero los datos están ahí y son demoledores: las víctimas de agresiones sexuales han crecido en 2021 un treinta y tres por ciento y casi la mitad eran menores de edad. El informe del Ministerio del Interior trata de relativizar el drama y achaca el aumento a las políticas de concienciación que llevan a las jóvenes a denunciar más que antes. Pero las agresiones existen y las víctimas son cada vez más jóvenes, niñas incluso.
Ni una palabra sobre esta dura realidad desde el Ministerio de Igualdad, donde la responsable, Irene Montero, y su equipo, siguen defendiendo su penosa ley de "sólo sí es sí" y acusando a diestro y siniestro de la salida de violadores a la calle.
¿Qué posibilidad tiene una niña de once años de decir si sí o no, a cinco compañeros de colegio que, educados en la pornografía en Internet, deciden poner en práctica lo aprendido, siempre dominación y violencia, en su pequeño cuerpo imberbe?
Prueba evidente del influjo de la facilidad de acceso de los menores a páginas de pornografía violenta en las redes y la falta de educación sexual en la familia y la escuela, es la reproducción de roles de dominio, la humillación de la víctima como forma de obtener placer y el refuerzo grupal de del agresor.
Los dos últimos sucesos acaecidos en Cataluña donde cinco chicos menores de edad agredieron sexualmente a una niña de once años en un centro comercial, pone en evidencia la dificultad de aplicar castigo legal alguno cuando el violador es menor de catorce años. Y lo mismo ha vuelto a suceder con la segunda agresión grupal también con otra niña. ¿Qué se puede hacer en estos casos, con el riesgo añadido del efecto contagio y la sensación de impunidad?
Es muy difícil de asimilar que en pleno siglo XXI, con los avances que generaciones de mujeres han logrado en igualdad, los adolescentes de ahora mismo sigan teniendo esa noción de la sexualidad como algo patriarcal, violento y profundamente machista. El problema es tan grave que obliga a una profunda reflexión social sobre que está fallando estrepitosamente en la educación. Hay que preguntarse sobre el poco calado de los valores morales y cívicos con los que se instruye a los niños, muy a menudo mimados hasta la extenuación.
Pero, mientras estos problemas marcarán la vida de los hombres y mujeres del mañana, los dirigentes políticos, que no han conseguido en cuarenta años pactar una ley Educación, se van a "entretener" con las propuestas de Ramón Tamames para presidir un Gobierno de extrema derecha. Qué bochorno.