A veces el análisis de la política internacional conduce a quien explora los acontecimientos a hacerse preguntas inopinadas (que aparecen inesperadamente, casi sin pensarlas), que usualmente suscitan respuestas incómodas, aunque reveladoras, tanto para quien las dice como para quien las oye. No hay que dejarse confundir, sin embargo, por el ruido que algunos provocan, solamente por llamar la atención, diciendo cosas que, por absurdas, dan la impresión de muy profundas y sofisticadas. Una cosa es el ruido y otra cosa es la dodecafonía.
Con lo que está pasando en el mundo, ese tipo de preguntas abunda. Aquí van algunas de esas respuestas.
Alguien tiene que hacer el trabajo sucio. Y en el mundo árabe hay más de uno que, más allá de lo que diga de labios para afuera o por interpuesto vocero, mira con complacencia el despliegue de fuerza israelí contra Hamás, que ha hecho de Gaza un enclave del islamismo terrorista, se ha convertido en un auténtico tumor geopolítico, opera -sin perder su propia agencia- como vicario iraní, y obstaculiza la resolución de la cuestión palestina que como obstáculo para la resolución de la cuestión palestina. Que Israel se encargue del problema y asuma todos los costos es música para sus oídos.
No es por eso, sino por lo otro. Algunos pronunciamientos sobre la situación en Medio Oriente vienen acompañados de un sospechoso tufillo. Como si la indignación que expresan por la situación en Gaza fuera menos una auténtica preocupación humanitaria (justificable tanto como necesaria) que una forma de tramitar un antisemitismo largamente fermentado que ahora encuentran la mejor ocasión de destilar.
París valió una misa, Moncloa una amnistía. Una amnistía que, con la excusa de “devolver a la política lo que es de la política”, subvierte el orden constitucional y socava el imperio de la ley (que, en todo Estado de Derecho es, precisamente, el límite de la política); un gobierno congénitamente débil, secuestrado por el separatismo; la sustitución del Psoe constitucional por el sanchismo a sueldo; la fragmentación institucional y la agudización de la crispación social. Más barata fue, sin duda, París que la Moncloa. Y el precio pactado por Sánchez lo acabará pagando toda España.
Callas, porque estás como ausente. Meses atrás dijeron algunos que había llegado el momento del sur global, del final de la hegemonía occidental, del “cambio del equilibrio de fuerzas”, de la multipolaridad tan deseada (y tan poco entendida por quienes más la desean). Parece, no obstante, que de Johannesburgo no salió sino un acrónimo más largo -e impronunciable-. Tan impronunciable como la incapacidad de los Brics para articular una sola palabra conjunta sobre cualquier cosa importante que pase en el mundo, como lo que está ocurriendo en Medio Oriente.
Lo mismo que antes. Una vez más, el régimen de Maduro parece estarse saliendo con la suya, aplicando una fórmula vieja y conocida. Y eso que, en Barbados, el canciller colombiano fue testigo del “acuerdo político entre venezolanos gobierno-oposición para adelantar elecciones libres”, en el que Colombia jugó un papel “trascendental”. Allí vio “Grandes abrazos. Sonrisas”. No vio, en cambio, lo que siempre ha estado a ojos vistas.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales