La vida siempre sigue. Y caminar por Bogotá será siempre una buena terapia para continuar, descubrir recovecos, encontrarse con la gente y ver lo bueno, lo malo y lo feo de este mundo urbano que habitamos. Hace unos pocos días leí que si a uno le hace falta algo en la vida, una buena solución es salir a la calle a buscarlo, así sin más, salir y caminar porque en cada esquina pasa algo nuevo. En Bogotá hay varios mundos que coexisten como en dimensiones paralelas que lastimosamente no se cruzan. El que va en su carro, permanece en una burbuja que lo aísla de los que andan (en su mayoría) a pie (y que jamás tendrán la disyuntiva por pagar un peso para no tener pico y placa).
Si como dice la canción, “debajo del puente del río hay un mundo de gente, abajo, en el río en el puente” en los cerca de 500 puentes peatonales bogotanos sí que fluye no agua, sino gente. Son un lugar de encuentros y desencuentros. Miles de personas que van y que vienen con afán, cansancio, estrés, solitarios y acompañados que cruzan de un lado a otro mostrando el civismo que les falta a los que cruzan entre los carros, apostando llegar con vida al otro lado de la vía.
En un puente peatonal se encuentra de todo. Al comienzo y final la tradicional venta de jugos de naranja y porciones de fruta que oscilan entre dos mil y tres mil pesos, dependiendo del tamaño. La venta de arepas, con o sin queso y la modalidad de desayuno de venta de huevos hecho a las brasas con los ingredientes que el “vecino” pida y sin ningún control de salubridad. Antes en los puentes solo había colombianos varados, ahora muchos venezolanos se disputan el espacio para vender chucherías chinas desde esferos, accesorios para el lavaplatos de la cocina, moños, aretes y dentro de muy poquito, papeles de regalo para la Navidad.
Mujeres recién paridas se acomodan en los escalones para estirar la mano con la que reciben una que otra moneda, mientras que con su otro brazo sujetan a un bebé que en lugar de estar en ese lugar debería dormir calientico en las cobijas de su cuna.
Si, en los 500 puentes peatonales de Bogotá pasa la vida de la gente que busca oportunidades o de aquellos que afortunados ya las tienen. Sucios, cada vez menos rotos y peligrosos, con muy poca vigilancia de la policía, los puentes peatonales en Bogotá son todos aéreos. ¿Se imaginan si se hubiera sometido la discusión de su construcción a que fueran subterráneos?, no habría ni uno.
Y mientras se hundía el POT y se presentaba el presupuesto de la capital para el año 2020 por 21 billones de pesos, la vida que pasa en los puentes peatonales, seguirá esperado porque a la gente más necesitada le llegue el apoyo que requiere para salir de la trampa de la pobreza que entre escalón y escalón les roba tanta vida.