Desilusión es lo que sentimos muchos al escuchar el jueves de la semana pasada, a la alcaldesa Claudia López cuando se refirió al asesinato del patrullero de la policía de Bogotá, Edwin Caro. Era evidente que en algún momento los políticos en Colombia iban a capitalizar la creciente xenofobia hacía los venezolanos en su favor. Lo que no esperábamos es que fuera la alcaidesa que creíamos más progresista en el país, perteneciente a una minoría como la LGBTI y mujer. Pero su discurso es la demostración de que la política por lo general decepciona y eso de que el pensamiento de izquierda está a favor de todas las minorías es una farsa.
El vacío flotante que plantearon Ernesto Laclau y Chantal Mouffe se hace evidente con la actuación de la alcaldesa. ¿Quién nos dijo a nosotros que quienes militan en la izquierda abrazan la defensa de todas las minorías? Esa es la idea que nos han querido vender desde que se quedó obsoleta en cierta medida el discurso que encierra la polaridad entre trabajador y el capital. Por eso, la izquierda quiso extenderlo a una forma más ambigua y compleja, al de opresores y oprimidos para movilizar el voto e intentar juntar a todas las minorías. Error e ilusión, pues las minorías pueden ser entre ellas contradictorias, como lo vimos con la alcaldesa, perteneciente a una minoría y atacando a otra. ¿Quién nos dijo que una persona mujer y gay tiene que defender a los migrantes?
Así que no nos debería desilusionar lo de Claudia, pues el progresismo no necesariamente enarbola las banderas de todos los vulnerables. Además, ella que sale a las calles en su labor de alcaldesa, que contrata encuestas de percepción ciudadana y tiene todo un grupo de análisis de ciencias del comportamiento en su administración, es plenamente consciente del sentimiento anti venezolano que está en ebullición. Por eso lo utiliza en su discurso, porque sabe que así genera empatía con el ciudadano, olvidado un supuesto básico del humanismo, lo correcto no siempre está en lo que piensan las mayorías, si fuera así ella no se habría podido casar.
Por eso, es que a pesar de entender lo planteado por Mouffe y Laclau, cuesta trabajo aceptar que haya sido Claudia la primera en sacar la bandera anti venezolana. Algo así se podía esperar de políticas como María Fernanda Cabal del Centro Democrático, quien se ha caracterizado por un discurso similar al que estableció Donald Trump en Estados Unidos. No se esperaba de la alcaidesa de Bogotá, pues incluso en campaña apeló a esa estrategia de la izquierda de aglutinar minorías, enmarcándolas dentro de la dinámica de los oprimidos, para acaparar más votos y llegar al poder.
Pero para que en el futuro no nos sorprendan, seamos conscientes de que al mejor estilo de Nayib Bukele, el presidente del Salvador, los políticos cada vez más están apelando al sentimiento del pueblo a pesar de que éste vaya en contra de la subsistencia de una minoría. Que las tendencias autoritarias se están tomando América Latina y que el covid ha sido la excusa perfecta para justificarlo. Pero sobre todo, que aquellos que pensábamos humanistas y progresistas en cualquier momento se unen a esa tendencia porque la ven rentable para sus propósitos personales.