En ciertos momentos nos preguntamos: “¿A qué escribir más, ya todo está dicho?”. En libros profanos y sagrados hay tantas y precisas enseñanzas que parece redundancia volver a acercarnos a este o aquel tema. Hay magnífico arsenal p.e. en los documentos del Concilio Vaticano II de la Iglesia Católica, y, muy concretamente, en el que fue llamado “Esquema Trece”, que se fue redactando a lo largo del Concilio, y culminó bajo el título “Constitución Gaudium et Spes”, sobre la Iglesia en el mundo actual. Es allí, precisamente, en donde se da la sabía recomendación (en los nn. 35 y 36), de atender, primordialmente, a cuanto “responda a auténtico bien del género humano”.
Ante los grandes problemas del mundo actual, se propician conferencias, con representación de todas las Naciones. Qué importante que con esa sapiente actitud de Naciones, de los más diversos pensamientos, se ponga atención a esa voz de la Iglesia, que ha sido llamada “Madre y Maestra de los pueblos”. Que por encima de intereses nacionales o regionales, o protagonismos ambiciosos, se tomen decisiones por lo alto, y se mire, de verdad, a un “auténtico bien general de todos”.
Es que el bien de cada País es bien de todos, y el marginamiento e indiferencia de uno solo redunda en mal general. Hay lugares, como la Amazonía, que reclaman especial cuidado pues son como amplio pulmón del mundo, pero, aún la mejora de lugares desérticos o glaciares, es urgente atender, para la conservación de todo el planeta.
Claro está que la principal creatura del mundo visible somos los humanos, y la defensa de su vida al rechazar, crímenes como el aborto, o la eutanasia, debe ser de unánime empeño. Es por nosotros los de hoy, y los del mañana, por los que se han de hacer los grandes esfuerzos ecológicos. Todos los avances en defensa del planeta se tornarían inútiles si somos insensibles y no rechazamos, contundentemente, cuanto vaya en contra de ese valor sagrado de la vida, primero de los que nos ha dado el Creador supremo. No olvidar que es en esa fe en donde percibimos, su voz de llevar adelante su obra (Gen. 1,27-30), y, de no arruinar o dejar que se arruine esa creación puesta en nuestras manos.
Nos complace todo avance en cualquier estilo de gobierno, y nos duele cuando se percibe que pasan los días sin afrontar con efectivas realizaciones en ésta o aquella administración. A Dios, y a las comunidades, deben dar cuenta todos los gobernantes como sagrado deber, y no solo pensando en aceptación política para indefinido asentamiento en el poder de los pueblos, tantas veces frustrante.
Una vez más es de insistir en que como suprema norma de rectitud “se responda a auténtico bien de los pueblos”, por encima de pequeños intereses personales o de grupos, que emprenden políticas enceguecidas con íntimas ambiciones e intereses. ¡Qué distintos horizontes, y qué confortante actuación, cuando, como dijera el poeta: “se consultan oráculos más altos que su duelo”!
Cómo complace soñar en una Colombia que tenga feliz horizonte, inspirado en los anteriores pensamientos, consagrados, a escala nacional y regional, a programas en esa dimensión, encomendando a Dios el futuro, con campo abierto a todo gran esfuerzo con sincero y colectivo amor patrio.
*Obispo Emérito de Garzón