Una escena muy cotidiana: las gentes se sientan a hablar de la vida y en cuestión de segundos están sobre la mesa dos asuntos. El primero, algo así como los fracasos, las rupturas, los grandes yerros, etc, generalmente de los ausentes, porque los presentes omiten referirse a su propia biografía. El segundo, una especie de consenso que declara que todo eso es lo normal de la vida … y que por tanto es de verdaderos seres humanos aceptarlos sin más. Y para englobar la conversación alguien pronuncia una frase que pretende ser mágica: “hay que modernizarse”. Este cierre de película de bajo presupuesto es una forma de censurar cualquier posibilidad de que alguien siquiera insinúe que nada de eso es normal y mucho menos ley universal. En el fondo hay como una especie de solidaridad de manada que sabe que va a cruzar el río infestado de pirañas y cocodrilos, pero no hay para qué hablar de esos temas. Pura acción, ninguna reflexión.
Este es el panorama en el que los ideales empezaron a ser sospechosos e incluso abominados. Pero en el fondo siguen incolumnes. Nuestra época, como lo describe el libro del Génesis, está bastante encantada con la serpiente, que se arrastra. Y un poco desencantada con Adán Y Eva, seres erguidos en su esencia y capaces de amar. Hay como una tendencia a no ejercitar las mejores capacidades puestas en el alma humana y dar pie solo a un empalagoso sentimentalismo y a un vulgar materialismo, agotadores ambos. Pero, insisto, los ideales no han perdido un milímetro de su importancia, atractivo y necesidad. ¿Cuáles? Dignidad inviolable de toda vida –pavoroso el reciente espectáculo abortista en Argentina, nación sin norte conocido-, amor sincero en toda relación humana, y por tanto fiel hasta el final –como el del Redentor-, inclinación constante hacia el más débil para ayudarlo, acompañarlo, curarlo, -como aquel buen samaritano del Evangelio- y, aunque debería estar en primer lugar, mirada puesta en Dios, “dador de todo bien perfecto”.
Proponer hoy en día ideales, los de siempre, es un poco como sembrar en el desierto o arar en el mar. Pero hay que seguir haciéndolo, porque los seres humanos somos más que simples animales, mucho más que fichas de un sistema o números de centrales estadísticas. Tenemos en el alma la impronta de la divinidad y la superior capacidad de amar. Cualquier proyecto de vida que desconozca estas dos realidades pretende alimentar a los hombres y mujeres con forraje para las bestias y eso es injusto. ¿Y quién los debe proponer? Todo el que haya sido privilegiado con la confianza de las personas, con su escucha atenta, con su disposición a aprender de él o ella, con vínculos de afecto, con fe en su vida y sus obras. Invito a comenzar el nuevo año brillando de nuevos los ideales que hacen felices a las personas, a las familias, a la sociedad y a llenarse de fuerza para no dejar que otras realidades –accidentales y comprensibles hasta cierto punto- apaguen la luz del sol sin la cual no hay posibilidades de vivir, el primer ideal de todos. ¡Feliz año a mis lectores y que Dios sea luz para todos en este naciente 2021!