RAFAEL DE BRIGARD, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 13 de Diciembre de 2015

Cuando la ley corrompe

 

AL  decir a unos jóvenes de décimo grado que el consumo de drogas es un pecado pues atenta contra la propia vida, uno de ellos me preguntó si la dosis personal también era pecado, pues era permitida por la ley. No fue fácil explicarle que no siempre lo legal es moralmente correcto, como en este caso. Pero  es indicativo de cómo algunas normas emanadas del legislador de la comunidad política pueden corromper el sentido moral de las personas y casi que llevarlas de un estado de inocencia a la práctica de comportamientos que pueden ser un verdadero atentado contra sus propias vidas. Las leyes que validan el consumo de drogas alucinógenas, o el poner fin a la vida mediante el aborto o la eutanasia, por citar solo dos casos, son muestras de un camino muy oscuro por el que se mueven muchas legislaciones en la actualidad.

Cuando la ley corrompe a las personas o les deshace su sentido moral natural, queda en entredicho la obligatoriedad de la misma, por una parte, y, por otra, llama a que cada persona desarrolle con la mayor profundidad su propia conciencia. La única defensa efectiva cuando el rival es un monstruo del tamaño del Estado, en cualquiera de sus tres poderes, es la conciencia formada y activa. Tiene sus riesgos, pero bien valen la pena. La cruda realidad muestra que cuando un hombre o una mujer optan por autodestruirse, bajo el amparo de una legislación de manga ancha, nadie del Estado o de los promotores de dichas leyes va a ir en su auxilio. Por el contrario, quienes señalan este camino perverso a las personas, son los primeros en discriminarlas y marginarlas cuando el mal ya está posesionado de ellas.

Nuestros líderes, que en general parecen estudiar poco, han identificado el progreso de las personas y de la sociedad con un acceso a una libertad sin límites, aunque esto nos cueste la vida a todos. Su criterio supremo parece ser este: que cada uno haga lo que le de la gana, mientras no perturbe al vecino. ¿Y un drogadicto no perturba su familia? ¿Uno que se hace la eutanasia no hiere a su familia? ¿Una mujer que aborta no destruye una vida indefensa, la suya propia y la de su entorno? ¿Cuándo es que estas acciones son neutrales?

La educación, las familias, las iglesias, los centros de pensamiento y ojalá algún día los medios de comunicación, tienen la inmensa responsabilidad de ayudar a formar y despertar la conciencia human de la gente para que, por ejemplo, no se dejen corromper por la ley.