RAFAEL DE BRIGARD, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 24 de Marzo de 2013

La pobreza del Papa

 

No debe haber literalmente nadie más pobre que un Papa de la era moderna. Una vez elegidos pontífices tienen lo necesario, pero nada les es propio. Ni siquiera el Vaticano, de cuyo patrimonio  artístico, cultural e histórico apenas sí son administradores con muy escaso poder de cambiar las cosas en su estado vigente. Pero, supongamos que el Papa, este o cualquier otro, entregara todo lo referido al Estado italiano o a la ONU o a la Unicef o al Ministerio de Cultura de Colombia o al Instituto Distrital de Cultura (¿Qué tal?). ¿Esto en realidad cambiaría la suerte de los pobres del mundo? ¿En verdad la situación de los desposeídos de la humanidad se va a solucionar con que un sacerdote venda unos palacetes de buen gusto o se vista sencillamente? Claro que no.

Este es un  típico caso de aquellos en que lo que se tiene es un chivo expiatorio para no resolver los problemas de raíz. Esta semana publicaron los datos de la billonada que va ganando el sistema financiero en Colombia. Estamos en época de asambleas de empresas y las utilidades solo en Colombia son ya de montones de millones, cosa que habla bien del país y nos alegramos. Ni qué decir de las riquezas tipo Slim, Gates, la familia real británica, las cerveceras, las fábricas de armas, etc. Si a alguien le interesa de verdad que los pobres salgan de la miseria debería dirigir sus ideas y propuestas a esta gente y no tanto a ese ser que tiene sobre todo un valor simbólico y que le decimos Papa por ser un obispo elegido para la Iglesia de Roma. Y no es más que eso, aunque la fantasía sugiera poder misteriosos.

Pero si para acordarnos de la suerte de los pobres el Papa es una figura de utilidad, bienvenida la discusión. La obligación cristiana de moverse por los más desfavorecidos es de todo bautizado y ninguno está exento de preguntarse si lo que tiene atesorado no debería empezar a circular para que otros tengan oportunidades de progreso en la vida. En el siglo XIX el general Mosquera expropió a la Iglesia para que la riqueza circulara. Sin expropiar, pero sí con fuerza moral, muchos que tienen pero no cuentan, están en mora de que sus bienes circulen para beneficio de todos. El principio siempre será el mismo: pedir a otros que hagan lo que uno también está dispuesto a hacer. Lo demás es lavarse las manos.