RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 2 de Marzo de 2014

¿Los cementerios también?

 

En  Bogotá hemos visto deteriorarse casi todo: la malla vial, la movilidad, el espacio público, el aseo, los muros de las construcciones por obra del abuso de pintores ajenos al propietario del inmueble, la Plaza de Bolívar, etc. Pero por lo visto faltaba lo impensable: destruir los cementerios. Es como si existiera un propósito deliberado en algunas esferas de la administración distrital de agredir a las mayorías en sus costumbres, en sus tradiciones, en sus ritos, en sus huellas religiosas y culturales. ¿Quién es el funcionario público que se le ocurre la brillante idea de hacer de un cementerio un lugar de espectáculos? ¿Habrá pensado por un momento lo que significa para la ciudadanía el lugar de sus muertos y la actitud respetuosa y protectora que de la autoridad se espera ante estos lugares?

Mi padre está en ese cementerio. Y mis abuelos. Y lejanos tíos y otros parientes. Y miles de personas más. Si tuvieran posibilidad de reaccionar habrían sacado corriendo a quienes nada tienen que hacer en un lugar que la ciudad -los ciudadanos que han construido las tumbas y mausoleos y han pagado por ello- ha reservado para una realidad tan natural como la muerte, pero que ocupa siempre muchas dimensiones de la vida y que por eso se le da lugar propio y reservado. Absolutamente deplorable que mientras la ciudadanía descansa, sobre los restos de sus seres queridos se proyecten películas, se consuma droga y alcohol, se realicen actos vandálicos y todo esto patrocinado por quienes nos cobran los impuestos y a la vez dejan caer la ciudad, ahora también en sus cementerios. Un abuso absoluto.

¿Serán capaces los funcionarios distritales de organizar estos actos ofensivos sobre cementerios de comunidades minoritarias? Seguro que no. ¿Entonces por qué discriminan para mal a la mayoría de la población irrespetando su memoria y su historia? Y es que todos los espectáculos o mítines de origen público se han convertido en Bogotá en orgías de alcohol, droga y degeneración sin límites. Faltaba llegar a los cementerios. Al terminar de ahora en adelante la celebración de funerales, los sacerdotes nos veremos abocados a suprimir la expresión “descanse en paz”, pues al menos en Bogotá eso parece imposible para los muertos. Para los vivos hace rato. No sobra pedir, a la vez que extrañar, una voz oficial de protesta de la Arquidiócesis de Bogotá pues el cementerio Central está colmado de quienes fueran fieles católicos. O que al menos proteste el Vicario Episcopal o el párroco vecino. El día de mañana organizarán aquelarres en los templos, si nos descuidamos más.