RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 10 de Agosto de 2014

Hasta Dios descansó

 

Eso  dice el libro del Génesis, el primero de la Biblia. Creado el universo mundo, Dios aprobó lo que de sus manos salió y tal vez se echó una siesta reparadora. A veces la solución a situaciones más o menos complejas o importantes puede estar a la mano. Y quizá a nuestra enardecida, malgeniada, intolerante y rabiosa sociedad, le esté haciendo falta más descanso. Descanso de verdad y generalizado. Con un día fijo para todos o al menos para la mayoría. Unas horas suficientes en las cuales las personas puedan simple y llanamente existir y nada más.

El día domingo, cuyos orígenes se inspiran en el relato bíblico de alguna manera, se ha ido perdiendo en su concepción natural y poco a poco se ha devorado el descanso que todas las personas merecen y con especial urgencia quienes habitan las ciudades colombianas, todas caóticas y agotadoras. El domingo de las ciudades se ha vuelto tremendamente comercial, cada vez más congestionado, con mil propuestas de actividades que, aun siendo de carácter recreativo, por las multitudes y las distancias, también resultan agotadoras para las personas. Y ni qué decir de lo que resulta movilizarse en plan de supuesto descanso en las ciudades colombianas: la inmovilidad vehicular se traga cualquier hora de descanso y cualquier nervio previamente relajado.

Desde el Estado y sobre todo desde el comercio se debería pensar y poner en práctica una política del descanso de la ciudadanía. El domingo habría que convertirlo en un día prácticamente muerto aunque suene un poco exagerado. Pero cualquiera que conozca los horarios absurdos de la movilidad en Bogotá, por ejemplo, los horarios que no acaban en empresas y en centros educativos, las jornadas esclavizantes de celadores, gobernantes, médicos, policías y muchos más, seguro que comprendería la necesidad de cambiar las cosas. Los mismos restaurantes también deberían romper sus horarios imparables y obligar a la gente a estar comiendo en su casa, en familia o con los amigos.

Un descanso, digamos obligatorio, primero relajaría de verdad, así fuera a las malas. Favorecería la vida matrimonial y de familia. Sería ocasión para atender la vida espiritual con más seriedad. Quizás volvería a provocar en mucha gente el retorno a la lectura, entiéndase a meditar, pensar, analizar e iluminar la mente. Sin duda las incontables situaciones del estrés perderían terreno y quizá ya no nos mataríamos tan rápidamente por cualquier tontería.  Descansar puede ser la solución a muchas cuestiones difíciles a las que de pronto les hemos apuntado equivocadamente con tanto seudocientífico que anda por ahí suelto. Hasta los muertos descansan en paz.