El poder como espectáculo
Si con algo se puede deleitar y ofender hoy día el ciudadano del común es con ese circo en que se ha convertido el ejercicio del poder. Hay que ver las cosas que hacen y dicen los que ostentan alguna forma de dirección de la sociedad. No menos atractivos son los verdaderos delirios que les entran a los señores y señoras del mando. Se creen inmortales, vencen el cáncer con discursos, se pasean en limusinas como en carruajes celestiales, gastan a manos llenas, usan un lenguaje críptico comprensible sólo por iniciados, nunca se sienten derrotados y cualquier artimaña es válida para no bajarse de la nube. En fin, al político que preguntaba acerca del poder para qué, le responderíamos que para hacer show, para lucirse y delirar, para arar la futura soledad.
Y, sin embargo, no existen las comunidades humanas sin que en ellas se ejerza el poder, pues inclusive en la anarquía hay una fuerza violenta que hace señorío de todo lo que le rodea. La cuestión es si existe la posibilidad de que el poder en verdad sirva para algo bueno y provechoso. Seguramente que sí. Pero pareciera que el poder tuviera que someterse irremediablemente a las vanidades y arbitrariedades de los hombres y las mujeres antes de producir algún efecto. Además debe servir, parece ser, para que el ejecutor también se lucre antes de beneficiar a la comunidad y de ahí que veamos a casi todos los que tuvieron poder inflados en riqueza, privilegios vitalicios, títulos y consideraciones que le añaden una nota final al espectáculo que no tiene fin.
Siempre será cándido pensar en que el poder puede ser vivido de otra manera. No en vano se afirma que “el poder para poder”. Pero de cuando en vez hay que recordar para qué se recibe un don de mando. Y no menos importante es notar cómo el circo en que se torna en ocasiones el poder es francamente ofensivo para los ciudadanos, especialmente cuando hay tantos que apenas sí pueden ver con regularidad un plato de comida sobre la mesa de su casa cada día. La parafernalia del poder actual es en realidad un espectáculo opresivo: camionetas blindadas, guardaespaldas, viajes día y noche, comidas sin fin, tecnología de punta, pleitesía, prebendas ilimitadas, calles cerradas, sirenas. Francamente de diván.
Nuestro único ser de referencia, Jesús de Nazaret, se negó a que lo hicieran rey. Nunca hubo nadie más sabio.