Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Septiembre de 2015

MAQUILLAR EL MAL

La elegancia de la mentira

El  verdadero nombre de la muerte asistida es suicidio asistido o eutanasia provocada; el verdadero nombre de la interrupción del embarazo es aborto; el verdadero nombre de una deportación masiva es xenofobia; el verdadero nombre de las necesidades básicas insatisfechas es pobreza o miseria; el verdadero nombre del aumento de los sueldos de los senadores es abuso de poder. Y así, la lista de la elegante mentira en nuestra sociedad se hace interminable.

Es un intento, siempre fallido, de maquillar el mal, el pecado, la violencia. Pero como todo maquillaje se cae a las pocas horas, es necesario volver a embadurnar la realidad que pretende ocultar o, peor, presentar como buena y aceptable. El verdadero nombre del estado de alicoramiento, como suele decir mi general Palomino, es borrachera. Inútil querer hacer bello lo que de por sí es funesto y degradante, cuando no delito.

Las cosas hay que llamarlas por su nombre y esto le compete especialmente a quienes están en los puestos de conducción de la sociedad. Si el médico no le pone nombre a la enfermedad del paciente, difícilmente podrá emprender la terapia curativa. Esto vale y muy especialmente en el campo moral y ético. Ningún bien se hace a las personas dorándoles la píldora de sus errores, pecados y delitos. Al hacer esto lo que se obtiene es casi una motivación para seguir cometiendo actos que deshacen la dignidad humana, acaban con la vida, revientan la conciencia y, dígase lo que se diga, roban para siempre la felicidad de quienes incurren en semejantes conductas carentes de moral. Puede ser que la fachada de las personas incursas en inmoralidades no cambie mucho, pero el sangrado interior es inevitable.

No para condenar, sino para salvar del abismo, es que se hacen estas apuntaciones críticas. Con demasiada frecuencia las personas son llevadas, por el miedo, por la situación, por la presión social, por su ignorancia, a meterse en honduras de cuyas dimensiones casi nunca son conscientes. Y no siempre es fácil salir de estos pantanos profundos. Nunca el mal produce alegría, aunque guarde las apariencias. Nadie ha sido feliz matando, robando, saqueando, rompiendo, es decir, nadie, cambiándole el nombre a sus errores, o sea, mintiendo, se ha hecho verdadera persona humana, sino todo lo contrario, se ha degradado casi al estado de simple animal. Y se degrada también y comete mal mayor el que promueve y defiende a los infractores de la moral. El Evangelio profetiza sobre su futuro: una piedra de molino atada al cuello y hundimiento para siempre en las aguas tormentosas de la desolación.