Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 8 de Mayo de 2016
Vacío
 
“Tengo una buena familia, nos queremos entre todos, económicamente me ha ido muy bien, estoy casado con la mejor persona del mundo, creo que no tengo problemas graves, pero me siento vacío”. Esta frase es sacada de un caso, o mejor, de miles de casos de la vida real. En resumen sería: tengo todo, pero siento que no tengo nada. O de otra manera: estoy realizado, pero no soy feliz. 
 
El vacío existencial es un mal que no solo acecha a muchas personas actualmente, sino que ha tomado posesión de innumerables vidas, atizando así unas situaciones de mucho peligro: la aparición de la depresión, la búsqueda de compensaciones, por ejemplo en las adicciones, el rompimiento de los compromisos fundamentales e incluso la posibilidad del suicidio como solución radical.
 
La sensación de vacío tan común en la vida contemporánea equivale a un recipiente que no tiene fondo y que por tanto es incapaz de contener nada en forma permanente. Viene siendo como un túnel vertical con profundidades desconocidas y oscuras. Y como todo lo absorbe y pierde en la inescrutable oscuridad, la persona se ilusiona en llenarlo con miles de actividades, estudios, viajes, experiencias normales y extravagantes, medicinas tradicionales y alternativas, probados espirituales y esotéricos, pero todo es en vano. Si el barril no tiene tapa abajo se parece más a un sifón que a otra cosa. Muchas vidas de hoy no tienen tapa abajo y se escurren desconsoladamente.
 
Generalmente ese soporte es el encargado de dar confianza y sentido a la vida. Alguien se dedicó a quitarle a los seres humanos su fundamento y les creó la ilusión de que se podría vivir eternamente en el aire, en la incertidumbre, en la esclavitud del trabajo incesante, en las rupturas constantes, en la desaparición de todo vínculo.  Y así fue engendrado el ser más solitario de la historia de la humanidad, el hombre y la mujer siglo XXI. 
 
Estamos en mora de un gran giro que nos saque de las arenas movedizas a las que nos llevaron unos y unas que andaban y andan más perdidos que toda la humanidad junta, pero que son buenos vendedores de baratijas y cacharros. Este ir y venir de la vida humana sin amor, sin vínculos profundos, sin Dios ni espiritualidad, sin una tierra propia, se llama vacío. 
 
Los valientes de hoy en día no son los que disparan y aplastan, sino los que se atreven a girar en u para buscar un nuevo horizonte, mejor dicho, buscar horizonte. Pero por ahora constatamos que buena parte de la humanidad está empacada al vacío.