La condena de los pobres
El Presidente de la República ha ofrecido construir 100.000 viviendas para ser entregadas gratuitamente a los colombianos más pobres. ¡Quién dijo miedo! Como de una cueva de monstruos infernales han salido toda clase de enemigos para oponerse al propósito. Respiran los críticos un puritanismo político francamente hipócrita. Que es para la reelección, que eso es populismo, que de dónde saldrá el dinero, etc. Ninguna palabra positiva para elogiar la posibilidad de que los miserables puedan tener una casita, aunque sea regalada. Todo lo que sea para los pobres suscita una virulencia enemiga que es digna de psiquiatría y que, mal disimulada, ha ido creciendo en la sociedad colombiana en forma preocupante.
¡Cuántos de los columnistas y políticos que atacan este proyecto no habrán pasado mil afugias para pagar sus casas o apartamentos, con cuotas crecientes y plazos eternos! Y ni con eso son capaces de darse cuenta de cuánto bien y cuánta justicia se cumple al ofrecer a algunos de los millones de pobres del país la posibilidad de tener casa propia. Queda con esto al descubierto que la verdadera pobreza es absolutamente desconocida para muchos que hablan excesivamente de ella, pero que en verdad ni se la imaginan. Una persona que pasa 40 años trabajando por un salario mínimo no puede tener una casa sino regalada y quien diga lo contrario es ajeno a la verdad de las cosas.
Qué importa si un político busca algo más allá de una obra como esta de hacer vivienda, si en efecto se puede, si existen los recursos y si la necesidad es real. Con críticas tan feroces se desanima la atención a los pobres, a los miserables de la sociedad. Con estas posiciones de desprecio a los necesitados se va sembrando un verdadero odio de clases que algún día, alguna revuelta popular, cobrará casa por casa, no de interés sino de desinterés social.
Pese a una aparente benevolencia hacia las causas sociales, las reacciones recientes ante un proyecto de alguna manera revolucionario, dejan ver que en muchos medios, en no pocos líderes políticos, en abundantes estudiosos que viven en las nubes, los pobres no son más que una quimera y quisieran verla desaparecer de sus atormentadas conciencias.
¡Ánimo!, hay que decir en todo caso a los que quieren favorecer a los pobres. La causa es justa y hasta vale la pena ser ultrajado por este ideal.