Una gente por descubrir
Cada época tiene sus preferencias en cuanto a segmentos de la población se refiere. Los años antiguos fueron de los mayores, quienes se erigieron en amos y señores del panorama de la vida humana. La segunda mitad del siglo pasado endiosó a los jóvenes y ser joven se volvió el ideal de vida, aun de aquellos a quienes las canas ya cubrían en aire de venerabilidad. Los años recientes subieron a los niños, con justísima razón, al pedestal del respeto y la visibilidad. Queda todavía un grupo poblacional por descubrir: los adultos mayores.
El adulto mayor, los abuelos y las abuelas, los viejos queridos, no están ocupando todavía el lugar que se merecen en nuestra sociedad. Los que viven materialmente bien, a veces son acosados por la soledad pues engendraron para la exportación y muchas veces sus hijos están muy lejos. Los adultos mayores que viven en pobreza padecen la mayor de las marginaciones pues, como muchas veces ellos mismos lo dicen, no son sino unos arrimados en todas partes, incluso en ambientes familiares. Pero a todos los afecta principalmente el hecho de que el mundo moderno no está diseñado en casi ningún sentido para ser amable con quien ya no es niño ni joven y ni siquiera solo adulto. Esta época es dura para los mayores.
Frente al Estado, a las iglesias, a las fundaciones, a las organizaciones no gubernamentales, a las instituciones educativas y de salud, ante los diseñadores urbanos y arquitectos, frente a las instituciones financieras y ante los medios de transporte, en fin, ante todos los actores de la vida actual, hay un reto inmenso y que no debería ser evitado un día más: tomar conciencia de esa inmensa franja de población que constituyen los adultos mayores y empezar a tenerlos en cuenta, no ocasionalmente, sino permanentemente para que ellos puedan seguir viviendo digna y felizmente, no sintiéndose carga, sino causa de alegría y orgullo para toda la sociedad.
Quizás el medio para el descubrimiento de los adultos mayores sea crear espacios para escucharlos y conocer a fondo sus legítimas aspiraciones. En este ejercicio de escucha suelen surgir casi que mágicamente las soluciones de muchas situaciones difíciles que quizás no lo eran tanto. Pero también es cierto que el primer paso para una vejez feliz es vivir con la conciencia clara de que un día seremos ancianos y conviene prepararse. En todo caso, hay que visibilizar mucho más a nuestros adultos mayores e inclinarse generosamente hacia ellos para que vivan con sosiego y tranquilidad.