RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 5 de Agosto de 2012

Difícil creer

 

Nuestros tiempos son muy difíciles para creer. No sólo en Dios, sino en todo lo demás. La escena pública no da ningún elemento serio para que uno pueda pensar que la verdad se está haciendo visible. Los medios de comunicación actuales, contadas excepciones, han perdido toda capacidad de ayudar al conocimiento de la verdad pues son simples defensores de ideologías e intereses particulares. El Estado tiene un ancestral vicio de querer presentar todo con buena fachada, aunque por detrás se esté cayendo. La protesta social, las quejas de los dueños del capital, las acciones de los violentos y a veces también las de los pacifistas, la voz de la academia, todo está atravesado por un manto de duda que se ha vuelto incertidumbre permanente.

La dificultad de creer en alguien o en algo genera el ambiente inestable en que transcurre la vida actual. Todo es sospecha y todos son sospechosos. Con frecuencia se ha creído que cada cual tiene su propia verdad y esto empeora el asunto pues no hay puntos sólidos de encuentro y confianza. Las creencias espirituales, las convicciones morales, las pautas ciudadanas más elementales, la identidad personal y muchas otras realidades tenidas como certezas de siempre y para siempre han sido sometidas a un examen de sospecha y ablandamiento que ha terminado por quitarles brillo y atracción para casi todas las personas. Y, así, la humanidad misma se ha encargado de convertir el viejo terreno sólido de su subsistencia en lodazal que cede a cada paso y que genera toda clase de desesperanzas.

Es interesante, en contraste, recordar una afirmación que resonó en boca de Jesús: “el que crea en mí tendrá vida eterna”. Creer es, por tanto, tener vida. La existencia moderna tiene un amargo sabor de agonía constante, quizás por la imposibilidad de creer en nada sólido y duradero. Sin embargo, el sentido común sugiere rápidamente a cualquier persona honesta la importancia de tener fe en las personas, en sí misma, en las relaciones humanas, en las instituciones sociales. No siempre es fácil creer, tener fe. Pero carecer de esto hace todavía más árido el camino de la vida. Quizás el itinerario para que vuelva a ser posible el creer tenga su inicio en la interioridad personal que reconoce la existencia de la verdad, de lo bueno, lo bello y los cultiva con pasión. Allí se genera un punto de referencia para volver a creer. Lo otro es el absurdo.