Todo se ha ido degradando, en la medida en que pasa el tiempo. Las excelsas virtudes y engaños que se predicaban para captar votos de fanáticos creyentes que esperaban salvar la patria se van desdibujando más rápido de lo esperado.
El vespertino “lavadero de manos de las 6” se desgasta a pasos tan agigantados, como los que ha alcanzado el covid-19 infectando víctimas. El Presidente Duque se monta en cuanto acto existe o evento le fabrican, para expresar las proezas de su gobierno y las grandes esperanzas que tiene Colombia en los 21 meses que aún nos faltan.
Inaugura lo que observa o se encuentra a su paso. Sus asesores montan el libreto de cada “magna” obra, a la que haya necesidad de cortar cinta tricolor para permitir que opere. Su gran capacidad de comunicador permite a su público disfrutar de los embelecos y artimañas, que desde las tarimas muestra, ofrece y envuelve en la imaginación de sus adoradores.
El más pavoroso huracán, el tenebroso incendio, los frecuentes derrumbes y las tragedias asombrosas, respaldan sus elocuentes palabras ante las víctimas. Todo está acompañado de ofertas de dinero y obras relámpago, que pocas veces llegan a recuperar los daños.
Y así pasan los días y las noches desde esa borrascosa tarde, cuando un “bachiller” le señaló el camino a seguir por cuatro años. La maldición de los 48 meses que tendría que soportar una paz, a la que le engarzó el remoquete de “legalidad”; esa que debía diezmar e impedir que arropara a una población que ambicionaba un respiro de tranquilidad desde hacía 60 años. Se desconocía si el objetivo era odiar la paz, o zurrar y sacudir a un pueblo lleno de esperanzas.
Hay ocasiones en que el Presidente escapa a las órdenes de su mentor y de quienes quieren aprovecharlo.
Esa lucidez lo lleva a reconciliarse consigo mismo y encontrar las fallas que le ocultan. Recobra la sensatez que le permite descubrir los abusos de quienes lo rodean y cometen tropelías como las de robar los dineros del ICBF, o vender alimentos en descomposición para los niños. Otros -muchos, muchos- reinstalan la llamada “mermelada” en casi todas las dependencias del Estado.
Duque, en sus destellos de conciencia, los descubre y los califica de “ratas de alcantarilla”, epíteto del que se burlan porque sus escondites son las cloacas y sumideros.
Como no hay nada oculto bajo el sol, todos esos desafueros pueden salir a la luz pública, a tal punto que si no actúa, las ratas lo aturdirán y se convertirán en la amenaza que cierto exsenador presiente. Ojo con el 22.
BLANCO: Formidable la Carta Ambiental que puso en marcha Jorge Hernando Pedraza en su Comunidad Andina.
NEGRO: Con Pulgarcito se repite la historia: comete el delito, lo encarcelan, renuncia al Senado, la Fiscalía lo libera y el abogado celebra. Justicia sin legalidad.