Por razones que desconozco, los medios masivos de comunicación poco registran los sucesos que por todo el mundo se dan contra la Iglesia católica. Son acciones que comprenden incendios de catedrales, vandalización de templos, profanación de sagrarios e imágenes sagradas, asesinatos de sacerdotes, prohibición de construir edificios sagrados y de hacer actos públicos de tipo religioso. También se incluye tratar de quitar apoyo económico a enormes obras de educación y caridad que realiza la Iglesia por el mundo entero. El que los grandes medios no cuenten todo esto deja la fea sensación de que consideran que esto tiene justificación y que no hay lugar a queja o lamento. Pero el tema de fondo e importante es que crece una fuerte corriente anticatólica, desde hace rato, por buena parte del mundo incluyendo Colombia.
La Iglesia, a lo largo de la historia, ha tenido una inmensa capacidad de adaptación a las situaciones más difíciles y de este modo sigue marchando en cumplimiento de su misión. Es más: de ser acosada y atacada, suelen surgir nuevas oportunidades de evangelización y de hacer profecía. Así se ha expandido el cristianismo: entre envíos y expulsiones. Todo es gracia y ocasión de predicación. Pero no hay que dormirse cuando los enemigos acechan. La Iglesia, si bien no puede ni debe tornarse violenta con nadie, tampoco está llamada a portarse como si nada estuviera sucediendo. También hacen parte de ella la firmeza y su condición de ciudadana de las naciones, con derechos tan válidos como los de cualquier otra colectividad. Por ende, no puede ni debe dormirse. Tiene que estar alerta para no dejarse callar, destruir, marginar. Para no permitir que la sitúen en el terreno de lo ilegal, de lo vetado, de lo prohibido. Y esto puede costarnos sangre y vidas, como ya está sucediendo en diversas partes del mundo.
En Colombia la Iglesia tampoco puede dormirse. Sus malquerientes, con apariencia de civilidad, pluralismo, legalidad, históricamente la tratan mal, muy mal. Y no hay obligación de permitirlo sin más. Y una de las formas de hacer sentir su presencia es con la actuación pública y con las manifestaciones abiertas de su fe y su piedad. Es decir, haciendo uso de su libertad, que no está para cambiar por cachivaches ni exenciones ni nada que se le parezca. También es importante que todos los católicos crezcan cada día más en la expresión abierta de su fe, de manera que se sepa con toda claridad que existe una nación religiosa, capaz de convivir con los que no aman la libertad y la dimensión espiritual, pero nunca dispuesta a dejarse acallar por los aires autoritarios de grupúsculos ruidosos. Por desgracia, las veces que la Iglesia se ha situado de una manera amigable con sus detractores, estos la han pisoteado, expropiado, desterrado y hasta le han quitado la vida humana. Los que leemos historia sabemos que, si uno se duerme en Colombia, se lo tragan vivo.