La ética -del término griego ethos, costumbre, carácter, conducta- es la rama de la filosofía que se ocupa en el estudio y regulación de los comportamientos y acciones humanas, a la luz de la moral. Su conocimiento y vigencia son indispensables en toda sociedad, en cuanto la ética alude a la manera de obrar -bien o mal- de quienes la integran, de modo que las relaciones de toda índole entre ellos obedezcan a principios y reglas mínimas que hagan posible la convivencia. Según el criterio de lo ético, no toda conducta humana es válida ni aceptable, según esas reglas y principios. Se reconoce, desde luego, la libertad de cada uno, pero hay límites morales que no se deben desconocer, aunque no estén consagrados en normas jurídicas.
Uno de los más graves problemas actuales reside en la progresiva pérdida de los valores éticos. Es preocupante lo que ocurre. En muchos establecimientos educativos, inclusive los de nivel superior, la ética no se enseña, o se la tiene como “relleno” dentro de los programas, sin darle la importancia que merece. Así que muchos no se comportan respetando los postulados éticos porque los ignoran. Otros porque confunden la ética con la observancia de la ley y otros porque, conociendo esos principios, deciden actuar contra ellos, para su beneficio o conveniencia.
Lo que se observa, cada vez con mayor frecuencia, es la proliferación de prácticas, actitudes y comportamientos que riñen con las más elementales reglas de la ética. Sin generalizar -porque sería injusto-, lo cierto es que, en muchos casos -que van en aumento-, se desconoce y violenta la ética en la política, en el servicio público, en la actividad legislativa, en la contratación, en la administración de justicia, en la medicina, en el Derecho, en la ingeniería y en otras profesiones, en empresas privadas, en el comercio, en los servicios de salud, en el periodismo y en los medios de comunicación, en las religiones, en colegios y universidades, y en muchos otros ámbitos. Inclusive, en el uso de la libertad de expresión en las redes sociales, los ataques mediante noticias falsas, calumnia e injuria, aunque no lleguen a configurar delitos, sí son comportamientos contrarios a la ética, cuando se trata de funcionarios, profesionales o comunicadores.
Ahora bien, si en la actividad del ciudadano del común el respeto a los principios de la ética es exigible, lo es con mayor razón en los servidores públicos, y es imprescindible en los más altos cargos dentro de la organización estatal. Allí está de por medio el bien colectivo, que es prevalente. El alto funcionario no solamente debe ser honesto, sino dar ejemplo de ética, transparencia, honestidad, decoro, imparcialidad. No puede confundir su propio beneficio -personal o familiar- con el interés público, y menos aprovechar sus funciones para ocultar sus faltas o las de otros, o para vengarse de quienes lo denuncian o ponen en evidencia. Si debe investigar o adoptar alguna decisión que, en bien o en mal, puede afectarlo, o a sus allegados, no solo por razón ética sino por disposición legal, debe separarse voluntaria y espontáneamente del conocimiento y declararse impedido.
Recuperemos los valores éticos.