Esta obligatoria 'jornada de reflexión', que corta bruscamente y congela la campaña electoral la víspera de la corrida a las urnas me ha parecido siempre un despropósito, una antigualla carente de sentido. Candidatos paseando con el perro, cosa que nunca hacen normalmente, o arrastrando a los niños al cine, que ídem. Más valdría que ellos (y nosotros) reflexionásemos cuando más necesario es: al día siguiente de las elecciones, que ya se conocen los resultados, aunque aún se desconozcan muchos pactos de gobierno.
Precisamente por eso se hace imprescindible la reflexión: puede que se formen acuerdos de poder que para nada hemos votado y hasta de los que abominamos. Y, tras una campaña demencial, que nos ha acarreado no poca mala imagen dentro y fuera, cabe preguntarse: ¿habrán entendido el mensaje? Eso es algo que tenemos derecho a saber este mismo lunes. Porque hasta ahora, no; no lo han entendido.
Cierto que las campañas electorales españolas son especialmente 'coloridas', vamos, ejem, a llamarlo así. Mi amigo el corresponsal de un importante medio europeo acreditado en Madrid suele decirme que, si un ciudadano de su país llegase a España inadvertido de lo que iba a encontrar, podría pensar que Franco está vivo, que Primo de Rivera acaba de morirse, que la ETA sigue matando por las calles, que los españoles somos todos unos salvajes racistas o que el sistema electoral está abierto a todos los pucherazos, compras de votos o anécdotas chuscas (no se pierda lo del secuestro de Maracena, por favor) imaginables. Eso, cuando una presidenta de Comunidad, para horadar al Gobierno de otro signo, no dice, como dijo, que España es un país en el que nadie quiere venir a invertir. O cuando no se proclama, desde varios bandos, que la parte contraria busca dar un golpe de Estado y que actúa contra la Constitución. Menos mal que, pese a este panorama, los turistas, que son más sabios, siguen llegando...
Lo cierto es que, como titulaba este viernes un importante periódico madrileño, "la campaña se ahoga en el barro". Y otro, de otro palo, titulaba con "alud de escándalos". Yo no creo que este ambiente perjudique más a socialistas que a populares, a Sánchez que a Feijoo, o viceversa: creo que perjudica a España, ese curioso país que ofrece cálidas fotografías oficiales de la familia real ignorando la existencia del 'pater familias', que vive lejos, en una especie de exilio dorado del que nadie quiere acordarse. Y ¿qué me dice usted de los jueces que gobiernan a los jueces, amenazando con destituir a su presidente si no arregla determinado litigio salarial... de los jueces, claro?
No, definitivamente, en España, una nación por lo demás maravillosa, llena de atractivos, pero que padece, y cada campaña lo evidencia, una patente degradación de su calidad moral, se da poca reflexión sobre el concepto patria, Estado y sobre la propia idea de lo que ha de ser una democracia avanzada. Y no creo que la ocasión más propicia para pensar en regeneraciones convenientes, imprescindibles, sea la víspera de las urnas.
Por eso, uno mi humilde petición a la de otros muchos para exigir que el lunes la ética y la estética política prevalezcan sobre las conveniencias de poder, que esa política de confrontación de sal gorda permanente se troque en otra de búsqueda de un debate constructivo sobre el bienestar de los ciudadanos, que, tomen nota, somos cuarenta y ocho millones ya. Comprendo, vistos ejemplos y ediciones anteriores, que me muevo en el terreno de la utopía, pero ¿qué es un comentarista político sino un ser utópico, atípico, una voz perdida en desierto?