Cuando se conoció la renuncia de Darío Arizmendi, muchos creyeron que se había retirado de su profesión, y en las redes, en las que no confía, aparecieron odiosos comentarios de amantes de ese periodismo del chisme, la mentira y la frivolidad. Darío renunció, no se retiró, porque los periodistas nunca pueden retirarse. Nacieron y se hicieron periodistas para servir a la sociedad que les dio el oficio de fiscales de la comunidad.
Este es uno de los nuestros que tiene aún, mucho por hacer. Recuerdo esas épocas a quien manejó con brillantez El Colombiano y El Mundo de Medellín, ese al que Javier Ayala y quién esto escribe, trasteaban por los seminarios de la Asociación Latinoamericana de Periodistas para el Desarrollo, Alacode, en los que se daba bases firmes a los colegas del continente para ejercer una profesión al servicio de la gente. Ese Darío que hace cuarenta y tantos años reclamaba nuevos rumbos a las nacientes escuelas de periodismo o de comunicación social, como ahora se les conoce.
La renuncia de Arizmendi a Caracol es un triunfo del periodismo de farándula, escándalo y superficialidad. El gran filósofo del periodismo, Tarzie Vittachi, decía: “no he visto a nadie derramar lágrimas por el cierre o venta de un medio de comunicación…” Porque en estos prima ahora la superficialidad. Por ello la gente desconfía y difícilmente cree en la prensa. La utiliza para recrearse y darse un baño de morbo.
Arizmendi, en una de sus sesudas conferencias expresaba que la prensa no solo debe ser libre… debe tener una audaz proyección social y humana. “Que denuncie los abusos, las irregularidades, las injusticias, provinieren de donde provinieren. Que descubra los nuevos valores y consolide los existentes. Que se “case” con la verdad, con la causa de los necesitados y los más pobres. Que se comprometa con el país, con el continente, con la humanidad. Que sea fiel y consecuente a su filosofía y a sus predicamentos. Que respete los derechos de los demás y garantice la libertad de información de los receptores. Que sirva de medio liberación del hombre, para que éste encuentre la solución a sus problemas y a sus inquietudes”.
Y así como renunció Darío, habrá otras dimisiones en aquellos medios que prefieren el “rating” al periodismo, al servicio de la gente, de la comunidad de la verdad y de la libertad.
Quienes escogimos esta profesión vemos con preocupación el deterioro de una actividad en la que primaba el servicio a la sociedad, a la gente, al país y a la patria. Hoy se utiliza, peligrosamente para mentir, para torcer voluntades, para escapar a la justicia, para elegir mal y para institucionalizar la corrupción.
Aún es tiempo de salvar a un país, a una sociedad, porque quedan colegas que pueden salvar el periodismo serio y armado contra las noticias falsas.
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