Me encontró este nuevo año 2022 dejándome guiar por un suave “resplandor de vida eterna”, que resaltó el Papa Francisco desde principios del año anterior (23-03-21), dedicado a recordar las inmortales páginas de Dante Alighieri en su obra cumbre de la literatura italiana: “La Divina Comedia”. Sorprendente documento Papal “Candor lucis aeternae”, cuando un Pontífice se dedica a poner de relieve apreciaciones de un poeta profano, por añadidura censurado por eclesiásticos de su época, al que califica de “profeta de la esperanza y teólogo de sed de infinita”, cuya obra estima como “un tesoro cultural, religioso y moral”.
Aunque cultor y amante de la literatura, no había dedicado tiempo a seguir los pasos de ese iluminado caminante por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, el entusiasmo por esos pasos del polifacético Papa Francisco me llevaron a dedicar tiempo y mucha atención a ese misterioso recorrido. Es un tanto enervante adelantar esa lectura, que tiene tantos datos históricos y locales que distraen, al final obligado a releer sus páginas para llegar a tener un multifacético y contenido, que ayuda a la inteligencia y a feliz crecimiento en la fe.
Los horrores del Infierno, desde el calificativo general “ciudad del llanto”, en donde se encuentran “los avaros privados de toda esperanza”, son partes de un contenido de penas y desesperación. Coloca allí el poeta a varios pecadores, destacando castigo ejemplar por sembradores de discordia, como Mahoma, por sus fanáticos seguidores; de “daño al orden creado” como los destructores de la naturaleza; los “traidores como Judas”; los “soberbios como Lucifer”.
Subiendo al Purgatorio, hay alivio al pasar a “mejores aguas”, en donde básicamente “se purifica el espíritu humano”, haciéndose digno de ser elevado al cielo. Los castigos son severos, pero dentro de la misericordia infinita de Dios, y la posibilidad de aliviarlos merced a oraciones de amigos desde la tierra y paz por la segura esperanza del paso al cielo. Va encontrando allí, en vía de purificación por la misericordia divina, a los “negligentes”, a los “apegados a la gloria terrena”, o falta de profesar la fe como Virgilio, a los que van convirtiendo del vicio a la virtud, culminando con los que viven siendo “bienaventurados los limpios de corazón” (Mt. 5,8). Bien están, luego, los cantos a “Paraísos terrestres”, pues será indecible el gozo de quienes sirven a Dios con vida limpia en la tierra, con ingreso inmediato al cielo, sin el proceso de alivio de la esperanza en el Purgatorio.
Al llegar el egregio poeta a las puertas del cielo, al acercarse a “la gloria de Aquel que todo lo mueve”, ante luces deslumbradoras, no puede menos de decir como afirma S. Pablo en I Cor. 2,9: “ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios ha preparado para los que lo aman”, al cerrar esta encantadora parte se siente sin palabras para expresar las maravillas celestes, y decir: “aquí faltó la fuerza a mi elevada fantasía”. Cada uno de los 33 Cantos de esta maravillosa parte contiene fieles expresiones sobre los múltiples aspectos de su hermosísima verdad, que por “el amor se mueve el sol, y toda la creación”. Aspectos sobre los cuales volveré en próxima reflexión.
*Obispo Emérito de Garzón
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