Los jóvenes y pueblos tienen sus retozos, sean “juveniles” o “democráticos”, pero, tarde o temprano, guiados por la brújula de la inteligencia, retornan a la cordura. Vienen momentos en los cuales se cree como “salvador”, “autentico” de “necesaria avanzada”, romper todos los diques, superar toda limitación fruto de lo calificado como “tradicionalismo”. Pero, con el correr de los días, ante peligro palpable de incalculables desbordamientos, se pone freno a esas ilusiones y se retorna, sensatamente, a sana cordura.
Hemos tenido en nuestra época, corrientes que en el orden social, moral y familiar no quisieran respetar cuanto signifique obedecer normas o instituciones. Quieren tener absolutas libertades, como reclamo del derecho al “desarrollo de la personalidad” (Art. 16 Constitución). Se pregona la “ideología del género”, que lleva a pasos por encima del mismo sexo recibido por herencia natural, con permisión de cambio si se siente complejo de él. Estas extralimitaciones, y empeño de romper toda norma o tradición en aras de ese anhelo de total rebelión, similar al susurro diabólico de así: “ser como dioses” (Gen. 2).
En ese anhelo de libertad para cambiar hasta las bases mismas de la persona, se llega a querer socabar lo relacionado con la familia, felizmente ubicada en nuestra Constitución como “núcleo fundamental de la sociedad”, y que “se constituye por vínculos naturales o jurídicos por la decisión libre de un hombre y una mujer de contraer matrimonio” (Art. 42). En 1991 así se estatuía por la Constituyente algo que la Corte Constitucional, ha querido enmendar reconociendo como “familia” la conformada antinaturalmente por personas del mismo sexo.
Afortunadamente, hay, ahora, en Europa, gente de cordura, que, ante alarmantes desbordamientos a que van llevando esos “retozos” a que han llegado nuestros países, van retomando a cuanto sí sirve a una marcha ordenada y constructiva de la sociedad. Acaba de darse, por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, sentencia en la cual se afirma que el matrimonio “es claramente entendido como la “unión entre un hombre y mujer”. Se zanjaba, así, el conflicto planteado por una pareja gay que denunció al Estado por negarse a casarlos (09-02). En respuesta que se dio, en estos días, en el Ayuntamiento de Viena, se rechazó ese reclamo advirtiéndoles que: “solo podían contraer matrimonio dos personas de diferente sexo”.
Quienes amamos la creación, y la defendemos, con el Papa Francisco, con reclamo para el ser humano del primer puesto en ella, celebramos esos gestos de cordura en reclamo de los seres humanos y de la primera célula de la sociedad, la familia constituida según el orden natural. Qué bien que haya veteranos en Tribunales de países maduros, no inficionados de corrientes e irreflexiones, que no piensen que se avanza destruyendo valores básicos de la sociedad.
Con satisfacción advertimos que después de tantos ires y venires en postulados para llevar adelante a los humanos, después de la euforia por actividades momentáneas destructoras se retorne al aprecio del pregón, con valor no solamente religioso sino humanitario, que señala la Biblia Sagrada en el tan favorable derrotero prestando el plan del Creador que pone como a base de la sociedad la familia, que se inicia con aquella insuperable constatación: “varón y mujer los creo”, y en pareja capaz de “crecer y multiplicarse” (Gen. 1,27-28). De allí que la Iglesia Católica, “madre y maestra de los pueblos”, con el Papa Francisco, nada haya cedido en esta enseñanza en sus últimas documentos dirigidos a destacar la importancia fundamental de la familia según el plan divino.
Quiera Dios que siga el caminar de pueblos sensatos en retorno a lo cuerdo y favorable a las personas y al santuario de la familia.
*Obispo Emérito de Garzón
Email: monlibardoramirez@hotmail.com