Después del debate que se le hizo al exfiscal Néstor Humberto Martínez en el Congreso de la República la semana pasada, queda demostrado que en Colombia siempre ha existido un sector de la institucionalidad que se ha opuesto y ha saboteado los procesos de paz con las Farc. Desde 1982 se han dado múltiples intentos de entablar y lograr una salida negociada al conflicto con esa guerrilla, sin embargo, incumplimientos de parte y parte no lo hicieron posible hasta el 2016.
En las memorias del acuerdo de La Habana se lee cómo los negociadores, en medio de sus diálogos con los miembros del secretariado de las Farc, recibían la siguiente pregunta: Ustedes son un gobierno más, hemos estado sentados varios y aquí seguimos años después ¿Qué va a ser distinto esta vez?
Muchas cosas fueron diferentes, de lo contrario no se habría logrado firmar el acuerdo que hoy sigue siendo el centro del debate político. Algo increíble, pues un país con enormes diferencias sociales y problemas estructurales merecen la atención de sus políticos a esos hechos y no el oportunismo de aprovechar una discusión rentable. Sin embargo, hablando de lo que no fue distinto, una vez más estamos reconociendo que un sector de la institucionalidad hizo hasta lo imposible para sabotearlo. Como lo dijo Enrique Santos en Blu Radio la semana pasada: “Néstor Humberto Martínez se atravesó como una vaca muerta al proceso de paz”.
Y sí, tras la publicación del periódico El Espectador en donde se muestran los audios de Marlon Marín, el sobrino de Iván Márquez y “testigo estrella” que utilizó la Fiscalía para construir el caso de Jesús Santrich, quedó en evidencia la debilidad del proceso en el organismo acusador y la intención soterrada de Martínez de sabotear el acuerdo.
Al ser espectadores de cómo se mueven los hilos del poder en Colombia, siendo esta una de sus escenas, desilusiona el nivel del debate que hemos alcanzado. Frente a una acusación tan grave como la que se le hace al exfiscal, su principal argumento ha sido decir: los que me señalan están defendiendo al criminal de Jesús Santrich. Parece increíble, pero es así, ese es el nivel de la deliberación. No una explicación detallada y acertada de lo que fue el proceso y por qué el accionar de la Fiscalía. No, la estrategia es decir que los periodistas, senadores y opinadores que se atrevieron a cuestionarlo están defendiendo al “pobre guerrillero”.
Un argumento liviano que evidencia la falta de solidez de lo expuesto por Martínez y quiénes lo defienden. Pero, además, demuestra algo mucho más grave y doloroso de la historia de Colombia, la falta de visión y la mezquindad de nuestra clase dirigente. Lo sucedido en el caso Santrich es la radiografía de cómo han actuado en muchas oportunidades quienes han ostentado cargos de poder. Con trampa y artimañas encubiertas que rozan la ilegalidad han construido la historia de un país que está cansado de llorar muertos y que solo pide a gritos pasar la página para sanar y empezar a construir. Tristemente esto ha sido imposible, pues desde la institucionalidad han saboteado esa posibilidad.