Hoy hablaré de Lorica, una pequeña ciudad situada sobre el río Sinú ya cercano a su desembocadura en el Caribe.
Desde Montería tomé un carro y en cincuenta minutos llegué a Lorica, no sin antes atravesar ciénagas pobladas de aves y hermosas haciendas ganaderas sombreadas por mangos, guayabos, tamarindos, acacias y arces centenarios. Donde no hay ganado, hay sembrados de toda clase; no hay tierras desperdiciadas. En la ruta abundan los puestos de comidas, cocos fríos, jugos de frutas, arepae´huevo, caramañolas y otros fritos, inclusive un puesto de kibbes y otras delicias libanesas. No podemos olvidar la importante colonia de familias libanesas que hicieron de estas tierras su Patria y las enriquecieron con su cultura y trabajo.
Como dato simpático: el loriquero de nacimiento, escritor, periodista y humorista David Sánchez Juliao, creó el famoso personaje “El Flecha”, un boxeador frustrado que solía llamar a la ciudad “Lorica Saudita”, por la cantidad de “árabes” que habitaban en ella.
Comencé mi visita por la plaza Manuel Zapata Oliveira, médico, antropólogo, folclorista, más conocido como escritor de obras que forman parte de “Boom” latinoamericano, como son Changó el gran putas, Chambacú corral de negros, El galeón sumergido y otras. Un gran mural con la imagen del escritor y el nombre de sus libros más destacados decora esta plaza, orgulloso homenaje de Lorica a uno de sus hijos más destacados. Desde este lugar se puede admirar el bello frontón colonial de la iglesia de Santa Cruz.
Pero este no es el único mural que decora la ciudad. En la alcaldía hay uno en alto relieve que ocupa un muro entero y cuenta la historia de los habitantes de Lorica, desde los zenúes, indígenas pobladores de estas tierras antes de la colonia, los colonizadores españoles, la llegada de los esclavos africanos y, luego, de las huestes libertadoras.
Donde quedaban los antiguos depósitos del puerto hay un tercer mural que nos enseña la actividad fluvial que tenía esta ciudad con vapores que traían de Europa y Norte América toda clase de vituallas, hasta cemento de Alemania y regresaban cargados de algodón, tabaco, canastos, sombreros, inclusive jabón y otros productos de estas tierras.
Para mí, que amo a los primitivistas, ver el gran mural pintado por Marcial Alegría, primitivista que plasmó los paisajes y el folclor de Córdoba, fue maravilloso. Allí, en un extenso muro está un magnífico paisaje de la ribera del rio, árboles inmensos cargados de toda clase de aves, amenazantes babillas, vapores navegando el río, bogas pescando en sus canoas, indígenas en sus bohíos, niños en las escuelas, la iglesia de Santa Cruz, un indiferente jaguar y hasta una inmensa luna en pleno día.
Claro que a Lorica no se puede venir sin pasar por su mercado de arquitectura republicana, con sus paredes teñidas de color zapote, con decoraciones en ocre y escalinatas sobre el río, pobladas por garzones de estirados pescuezos blancos, pescando en sus aguas. Aquí se come de todo en sus abundantes piqueteaderos y se pueden comprar artesanías únicas como sombreros “vueltiaos” de la mejor calidad.
Finalmente, hay que reservar la hora del atardecer para hacer una caminata por el malecón y luego ir a sentarse a espaldas de la Iglesia de Santa Cruz, a tomarse un de jugo de níspero o mamey bien helado.