Desde hace unos pocos años la serenidad se ha perdido del diario vivir de los colombianos. Si los latinos por naturaleza somos apasionados, los colombianos ahora los somos en grado sumo. Las opiniones, los puntos de vista, las opciones políticas y también las religiosas o espirituales, han caído en esa atmósfera que mira con recelo la razón que indaga. Las relaciones humanas de nuestra sociedad se han vuelto esencialmente conflictivas, amantes de las rupturas, ventajosas, despectivas en no pocas ocasiones. Fruto de todo esto es un modo de vida tenso, desconfiado, sospechoso de todo. Y nuestros líderes públicos y los grandes medios de comunicación, lo mismo que la ciudadanía de las redes sociales, se encargan de atizar esta hoguera a la cual se quiere lanzar a todo el que piensa distinto, al que no le gusta un color, al que no vocifera ni golpea.
Hay que recuperar la serenidad, aunque también reconocer que nunca ha sido la característica más abundante en esta nación. Pero conviene tenerla. Y conviene porque todos estamos sintiendo que la vida está cambiando, que lo que siempre se tuvo por seguro hoy es un poco gelatinoso, que hay demasiadas fuerzas presionando sobre el ser individual y social. Sin un poco de calma en el alma, seguro que se tomarán decisiones equivocadas, se agotarán recursos inútilmente, se crearán nuevas rupturas. Hay que pensar un poco más con cabeza fría para descubrir lo que va bien en la vida y para ponerle nombre sin pena a lo que no está marchando bien. Se requiere clarividencia para preparar un futuro objetivamente mejor para todos y por lo mismo se requiere también serenidad colectiva, de lo contrario unos pocos aplastarán a muchos.
Hoy puede sonar a una quimera, pero a las personas habría que ofrecerles con más abundancia la posibilidad de orar, de meditar, de reflexionar (menos gimnasios, más oratorios, podría ser una consigna publicitaria). Igualmente, oportunidades para leer, estudiar, escribir. Nos están haciendo falta tiempos de descanso verdadero -perdimos el domingo y quizás debería ser obligatorio que ese día todo el mundo descansara-. La serenidad requiere más ambiente de cultura, arte, música, pintura. Es que ni siquiera la selección Colombia da serenidad, sino todo lo contrario. Tantos y tantos fracasos en la vida personal, de pareja, de familia, de empresas y emprendimiento, quizás obedecen a la ausencia de una mínima calma que permita pensar bien lo que se quiere, lo que se hace y los compromisos que se adquieren. Y a nivel de nación lo mismo.
Sin gritar, sin golpear, sin insultar a nadie y ni siquiera defendiéndose con artimañas y argumentos amañados, Jesús logró vencer pecado y muerte. No se prestó para que violentos e injustos se pararan sobre sus hombros. Los dejó hacer su comedia, que pronto se desvaneció. Dolorosa serenidad la de Jesús. Derrota aparente de su nobleza de espíritu. ¿Pero, quedó algo de Pilatos, de Herodes, de Anás y Caifás? Nada. De este rey de la fuerza interior, Jesús, permanece todo y sigue siendo válido todo. Si abrimos un poco de campo a la serenidad de nuestras mentes y nuestros espíritus, quizás la vida mejore bastante.