Ya llega el momento de máxima alegría humana ante el gesto grandioso del infinito amor divino al hacerse de nuestra familia el Hijo eterno de Dios, y nacer despojado de honores y ostentaciones y vanidades en el establo de Belén. Ya escribía el iniciar este diciembre que debíamos vivir todo este mes en ambiente de alegría para estar celebrando este hecho, y no superficialmente sino acogiendo, en forma consciente, la vida divina en nosotros, pues esa es la magnífica realidad que nos ofrece el Niño de Belén. Esta es la grande realidad que nos trae optimismo, y no solo conformismo, en medio de penas y dificultades que estamos seguros de superar con la fortaleza que nos ofrece ese Pequeñín del pesebre, quien, como lo anunció el Arcángel, es “Hijo de Dios” (Lc. 1,35).
Alegría y optimismo es cuanto experimentamos ante ese hecho grandioso, asumido con plena fe y que alienta nuestro vivir a la luz de ella. Desde su nacimiento, luego en sus años de niñez y juventud, en años de predicación de su Buena Nueva, de su pasión, muerte y Resurrección, hasta su Ascensión al cielo, y en su ejercicio como Rey del Universo, es el camino de este Jesús que pasa a nuestro lado, y, mejor aún, se quedó en nuestro corazón. Bien lo expresa ese canto religioso que dice: “Jesús está pasando por aquí, y cuando pasa todo se transforma, se va la tristeza llega la alegría, para ti y para mí”.
En medio de esta bien fundada e infinita alegría, podemos expresar con este nuevo cántico: “No puede estar triste un corazón que tiene a Cristo; ni un corazón que tiene a Dios”, y, también, esta confortante voz, en la prosperidad y aún en las penas y dificultades. “¡Sonríe, Dios te ama!”. En medio de incertezas que pueden llevar al pesimismo, qué bien recordar cuanto dice el Manual de una apreciada organización apostólica, con gran espíritu de fe y confianza en Dios: “¡Nunca hay razón para desesperar”!
Esta vivencia de fe, que hace vibrar la celebración de la Navidad en esa dimensión, nos lleva a un estado de ánimo no conformista, ya que nos da permanente y alegra espíritu de superación y de compromiso con nuestra misión en la tierra, sin ningún pesimismo, sino con el optimismo que nos da la fe y la exultante alegría que da el vivir según ella nos pide.
Dificultades, muchas cosas sin plena respuesta, tenemos en todas las naciones, heredadas de épocas anteriores, fallas graves en gobernantes y gobernados ha habido y habrá en todas las épocas y países de la tierra. Todo lo cual es preciso afrontar pero con el alegre optimismo del cristiano, que busca y se compromete a colaborar para salir adelante, y no quedarse en solo protestas sino aceptar dialogo constructivo. Siempre de actualidad lo expresado por Jhon F. Kennedy: “No preguntes tanto qué puede hacer el País por ti, sino qué puedes hacer tú por él”.
Con fe en Dios, como regalo del Niño Dios, podemos esperar con redoblado optimismo que dará luces, fuerza y voluntad a los Gobernantes para oír y decidir lo mejor para el país, y a los gobernados para no enceguecerse en solo protestas sino en optar, confiadamente, por lo mejor. No conformismo, Sí bien fundado optimismo, y saldremos adelante, comenzando así un feliz 2020.
*Obispo Emérito de Garzón
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