Como soy análogo, migrante digital, aprendí a sintonizar una emisora de radio o de televisión mediante una perilla que iba cambiando de dial o canal. Con los avances tecnológicos sintonizar se ha vuelto algo absolutamente sencillo, pues solo es preciso oprimir un botón o programar previamente alguna estación. ¿En qué están programadas nuestras vidas, en las frecuencias con tendencia a la sombra o en otras con tendencia hacia la luz? Darnos cuenta de ello es un paso fundamental para el desarrollo de la consciencia.
Nuestras vidas transcurren en el claroscuro, a veces más luminosas y en ocasiones más sombrías. Es el juego en el que estamos participando y que nos plantea oportunidades para despertar a cada instante. Sin embargo, puede resultar más cómodo seguir durmiendo, disfrutando del entretenimiento de la mátrix: es parte del proceso. Motivos para quedarnos en las sombras abundan, pues pareciese que esta civilización humana favorece mayoritariamente la inequidad, la injusticia, la exclusión y la explotación de los seres humanos y del planeta entero. Sí, eso ocurre, sería necio negarlo, además de imposible. Y por supuesto que es preciso desarrollar acciones efectivas y eficaces que permitan la reducción de todo aquello que nos separa y así dar paso a una nueva cultura global. Este es un trabajo muy lento, que es preciso seguir impulsando, sin apego al resultado.
Lo más sensato que podemos hacer con las sobras es integrarlas, antes que evadirlas. Esa es una tarea que estamos invitados a realizar, empezando por nuestras propias oscuridades, aquello que nos desconecta del todo y que cada quien puede ir descubriendo si se aventura en el viaje más trascendental de todos: la travesía interior. Desde esas sombras y penumbras propias sintonizamos fácilmente con las tinieblas de afuera y nos podemos quedar en la queja, la frustración o la parálisis; me ha pasado y me sigue pasando: lo importante es darnos cuenta y movernos hacia otros lugares de comprensión y acción. A medida que nos vamos reconciliando con nuestras sombras, las luces -tanto las internas como las de afuera- se hacen más evidentes. Podemos sintonizar otras frecuencias a medida que vayamos integrando y trascendiendo nuestros miedos y culpas, desamores y desconexiones, nuestro pesimismo -muchas veces fundamentado en sólida evidencia-, así como nuestro dolor.
Los repliegues hacen parte de nuestra historia común. A manera de ejemplo, con la llegada de los kurgos, los invasores protoindoeuropeos que arrasaron Europa del Este en olas sucesivas hace cinco mil años aproximadamente, se borraron por completo dos mil años de cultura pacífica y solidaria. Por ello no resulta extraño que aquí y ahora se presenten retrocesos humanos, que necesitamos superar. Para ello se requiere cambiar la vibración y sintonizar con lo más luminoso. Tenemos esperanza: cada vez hay más conversaciones sobre amor y compasión, más literatura que resalta la ternura y la solidaridad, más iniciativas de reconciliación y diálogo, que trabajan sotto voce tejiendo vida desde nuevos úteros, cálidos y nutricios. Es cuestión de que nos sintonicemos permanentemente con las frecuencias del amor.