Es muy fácil decir que necesitamos soltar el pasado, que es casi una obligación dejar de padecer por aquello que pasó hace cincuenta, treinta o doce años; que no nos merecemos prolongar el dolor y convertirlo en sufrimiento. Lo difícil es saber cómo y cuándo soltarlo, pues aquellas cosas obvias y sencillas para algunos resultan muy difíciles de ver y tramitar para otros. Para unas personas es fácil tomar la decisión de dejar el pasado atrás, hacer de cuenta su inexistencia, incluso negar lo sucedido y que fue doloroso: una pérdida de un ser querido, una quiebra, el fin de una relación. Algunos hacen borrón y cuenta nueva y dan por superado el tema. Creo que la clave no está en la rapidez con la cual soltemos parte de nuestra historia sino que seamos capaces de aprender de ella para en verdad trascenderla.
Si nos demoramos en soltar el pasado es porque representa para nosotros alguna ganancia. ¿Ganar algo a partir de un dolor o sufrimiento? Sí, ganar. Aquella historia triste del pasado puede ser de lo único que podemos agarrarnos, lo que le da sentido a la vida. ¿Podemos construir unos sentidos basados en el amor y no en el dolor? Sí, pero mientras nos percatamos de ello es el dolor lo que nos conecta con la existencia y si no descubrimos una manera más sana seguiremos anclados en aquellas emociones no elaboradas. Desde el papel de víctimas podemos manipular y obtener bien sea reconocimiento emocional o beneficios materiales; posiblemente sí fuimos víctimas reales y merecemos dejar de serlo. Ah, pero si soltamos y sanamos, necesariamente habremos de hacernos cargo de nuestras emociones y nuestra historia: seríamos responsables por nosotros mismos, ya no podríamos ejercer la manipulación y no obtendríamos sus dividendos. Entonces, dejar de sufrir para muchos no es un negocio rentable.
Desde nuestro eterno rol de víctimas seguiremos experimentando rabia, miedo, culpa, impotencia y frustración. Mientras no reconozcamos para qué vivimos esas emociones, qué podemos aprender de ellas, seguirán siendo compañeras de camino, uno sufrido, manipulador y confortable en la medida en que obtenemos lo que queremos, aunque el precio sea demasiado caro.
Solo en la medida en la cual vayamos recuperando nuestro propio poder -y nos demos cuenta de cómo se transforman nuestras vidas cuando lo ejercemos- estaremos listos para ir soltando el pasado. Son solo los aprendizajes a partir de lo vivido la puerta de entrada a vivir un pleno presente. Sin aprendizajes que se conviertan en parte de la cotidianidad, que nos queden interiorizados a partir de la repetición consciente, no hay verdadera transformación ni verdadero presente. Por ello no es tan fácil soltar el pasado, así la frase de cajón se diga muy rápidamente. Cada quien tiene sus ritmos, sus momentos oportunos. Como las respuestas más sensatas vienen desde adentro -cuando estamos conectados con nuestro ser, con Dios y el Todo- solo usted sabe qué puede aprender del pasado y cuándo está en disposición de soltarlo. ¡Anímese! Yo le acompaño.