Supracimérica reflexión (I) | El Nuevo Siglo
Jueves, 29 de Abril de 2021

He lanzado tres primeras columnas de Mi cimérica reflexión”, dedicada la tercera a acercarme al “ser humano”, insuperada realidad del mundo visible conocido. Pero ¿de dónde viene toda la inmensidad y perfección de las obras de la creación que conocemos, que ha podido iniciarse hace unos 4.500 millones de años? Tenemos dos encontradas respuestas, una que del “acaso”, cuando aparece una “maza evolvente” de donde proviene todo el mundo creado, incluido “el ser humano”, otra que es obra de un Ser increado, “Dios”, que no tuvo principio ni tendrá fin. 

Respetando a los de la primera respuesta, acontece  que mientras más avanza la ciencia y se percibe la inmensidad de lo creado, es más difícil de aceptar, y nos acercamos a la segunda que acoge la enseñanza de un Ser Supremo, “el que es” (Ex. 3,14), quien, según el principio filosófico que “el bien es difusivo”, ha ido  creando y perfeccionando lo creado, a la cabeza de lo cual, y como su obra más perfecta, están los humanos, con materia y espíritu, a quienes ha asociado a su obra creadora al irla perfeccionando, ya que se inicia en el “abismo”, en el “caos y oscuridad” (Gen. 1,2). Esta presentación alegórica, pero con base en la realidad, es la contenida en la Biblia, en los dos primeros Capítulos, detalle más detalle menos aceptada aun hoy por un 65% de los humanos vivientes. Así nos acercamos a una “supracimérica reflexión”, de insuperable grandeza.  

El ser humano, dotado de inteligencia y capacidad de reflexión, ha buscado respuesta al surgimiento del mundo visible en un poder superior. Es así como se ha acudido a la fe en distintos poderes creadores, dando origen al “politeísmo”, y que esa superioridad se viera en animales de especial poder como el “Buey de Osiris”, o “Apis”, entre egipcios, o dioses como Baal y Dagón, con muy extendido culto entre Fenicios. Opuesto a ellos estuvo la fe de los Israelitas en un solo Dios, sobre el cual dice el Salmo 14 que es “necio el que no crea que Dios existe”.  

Aparecen, con el tiempo, diversas religiones, que van encauzando el pensamiento humano a la fe en un Ser supremo, Dios único, como la mitología Greco-romana, que surge hacia el año 1200 a.c., con sus “dioses del olimpo”, como Júpiter, Juno, Neptuno, ligados tan estrechamente a la fe e historia griegas. Paralela a aquellos años, aunque iniciándose hacia el año 1850 a.c., está el llamado de Dios a Abraham, con su historia y la de su hijo Jacob, Israel, y sus hijos, pasando por Moisés (1250 a.c.), por David (1010 a.c.), accidentada con períodos persa y helénico, hasta el romano (50 a.c. a 135 d.c.), dentro del cual estuvo la segunda destrucción de Jerusalén (70 d.c.). 

Un 50% de la humanidad sigue teniendo su fe en el mensaje de Jesús de Nazaret, la más aceptado en el mundo, con los detalles de los cuatro Evangelios, dentro de los cuales está la fe en un solo Dios en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, con especial atribución de cada una hacia los seres humanos. Admitir a Jesús como gran Profeta sin aceptar su divinidad, es pretender que sea a la vez un falsario, pues Él proclamó muy claramente su divinidad, y por ello fue crucificado. Después de la realidad de Dios se impone, presentar la de Jesucristo.  (Continuará). 

*Obispo Emérito de Garzón 

Email: monlibardoramirez@hotmail.com