He pospuesto el tema prometido del papel del Estado frente a la tierra, pues habiendo establecido que, efectivamente, hay más tierra en ganadería que en agricultura, aunque no tanta como se afirma y no por capricho, sino por falta de condiciones para una agricultura expandida, resulta importante señalar cuáles son esas condiciones y recordar que, detrás de su ausencia, que también afecta a la ganadería, está la “competitividad” y, detrás de ella,… el mercado.
Y, ¿qué es el mercado? Es el conjunto de personas que en Colombia y el mundo querrían comprar (demanda) lo que producimos (oferta), porque nuestro producto es de mejor calidad y menor precio, está disponible y es producido con menor afectación ambiental y sin vulnerar derechos humanos, y tratándose de alimentos, también debe ser inocuo, es decir, no afectar la salud. En suma, es competitivo.
La competitividad de un país es la capacidad de aprovechar sus ventajas comparativas, como cercanía a los mercados, oferta ambiental, disponibilidad de tierras, agua, etc., a partir de la generación de condiciones de producción, a cargo del Estado, que permitan despegar la iniciativa privada. ¿Cuáles son esas condiciones? Veamos algunas.
De nada sirve ser uno de los siete países del mundo con mayor disponibilidad de tierras (FAO 2012), si no hay un programa que financie su adecuación y permita hacerlas aprovechables. Los 5 millones de hectáreas de la Altillanura de Meta y Vichada son, en su mayoría, tierras ácidas que exigen una inversión multimillonaria o, en su defecto, su destinación a ganadería extensiva; y ese ganadero, aclaro, no es improductivo; la improductiva es la tierra.
De nada sirve ser potencia hídrica si no hay agua para la producción. De 18,5 millones de hectáreas con potencial para ser irrigadas, solo hay distritos para 1,1 millones, que equivalen a 6%, sin mayores avances desde hace 20 años.
De nada sirven las ventajas comparativas si el campo está aislado de los mercados por una red vial terciaria para la cual el calificativo de vergonzosa es insuficiente. Son 142.000 kilómetros, el 96% en mal estado, solo 8.000 kilómetros pavimentados, un lujo rural, pero apenas la tercera parte en buenas condiciones.
Las potencias productoras de alimentos cuentan con sistemas de asistencia técnica permanente y soportada en la Academia y los centros de investigación. Aquí también existe, pero en el papel de una ley. Nuestro rezago frente a ellas en Formación Bruta de Capital Fijo es también alarmante, un indicador que se traduce en tractores, sembradoras, cosechadoras, tanques de frío, etc.
Los pequeños productores, que sufren estas carencias y las de una precaria inversión social (salud, educación, vivienda, etc.), tampoco cuentan con una política de asociatividad que los convierta en medianos o grandes frente a los mercados.
Crédito de fomento, seguros, conectividad, energía, insumos, etc.; no me alcanza el espacio para reseñar esa ausencia dramática de condiciones para la producción, frente a la cual el mercado reacciona con su racionalidad, que es económica, porque es la del bolsillo de los demandantes.
Si un ganadero de la altillanura no sale de su ganadería extensiva no es por capricho; es porque su tierra no es competitiva para maíz amarillo, por ejemplo. Y quién se lo dice, pues el mercado, que también les dice a los productores de concentrados que el de Estados Unidos es mejor y más barato, ¿por qué?, por las óptimas condiciones de producción en ese país.
Vuelvo al comienzo. La tierra no lo es todo. Las precarias condiciones de producción afectan la competitividad, y la competitividad nos deja o nos saca del mercado, que es implacable. Es así de sencillo.
@jflafaurie