Somos luz, todo es luz. Esta afirmación, que antes solo provenía de las tradiciones sagradas de sabiduría, la podemos hacer hoy desde la ciencia. Gracias a la física cuántica -que entre otras cosas ya tiene más de cien años- sabemos que la luz se comporta como onda y como partícula, que todo es energía, a veces de tipo sutil como los haces lumínicos y otras veces de tipo denso como la materia: este hecho físico va de la mano con el hecho espiritual de estar llamados a reconocer la Luz mayor de la cual provenimos, llamémosle por cualquiera de los nombres con los cuales podemos invocarla. No es casual que tanto en el antiguo Egipto como en las culturas ancestrales americanas se haya rendido tributo al Sol y que en el momento de la muerte de Jesús el cielo se haya convertido en tinieblas, como consta en los relatos bíblicos. La simbología de la luz nos acompaña desde los albores de la humanidad y podemos manifestarla aquí y ahora.
¿Qué quiere decir en nuestra cotidianidad que somos luz, que todos somos luz? Creo que el significado de estar llamados a brillar pasa por cumplir nuestra misión de la mejor forma posible, de tal manera que el resultado de nuestras acciones conjuntas sea superior a la simple suma de las partes. Es en la cooperación donde verdaderamente podemos ser luz, para apoyarnos en la tarea de permitir que de todos brote lo mejor, que entre todos sigamos aprendiendo y construyendo cada vez mejores relaciones entre nosotros, con el mundo y el cosmos.
Cuando cooperamos hacia un objetivo común todos tenemos la posibilidad de resplandecer, de revelar esa luz que somos y que brille más en conjunto con la luz del de al lado. Por el contrario, cuando competimos una luz pretende opacar a otra; digo pretende, pues en realidad no ocurre, ya que todo es luz. Lo que pasa es que aún no estamos del todo preparados para verla en todo: la luz ciega. Estamos tan acostumbrados culturalmente a creer que la competencia es lo natural entre nosotros, que la celebramos y exhortamos.
Seguimos en un momento de competencia, pero no es nuestro destino. La acción de competir es solo una parte del proceso, necesaria para que logremos trascender la guerra. Por supuesto es preferible una confrontación en un juego que en un campo de batalla, aunque jugando sigamos usando palabras de guerra como pena máxima, eliminación o muerte súbita. Por ahora pareciese que nos conformamos solamente con ver el esplendor de la luz en los ganadores, aunque cada vez hay más reconocimiento del proceso sobre el resultado y quienes pierden también son aplaudidos, aunque no sean reconocidos con todo su brillo. En algún punto de la historia habrá masa crítica para superar la competencia y entrar en una era de total cooperación. Mientras eso ocurre, y pueden pasar eones, podemos intentar ver siempre la luz en quien está al lado. Honrar la luz que somos verdaderamente nos hermana.