“Hay más consciencia de los que nos une como nación”
Duele Tumaco. Duele Palomino. Duele Dabeiba. Siguen y seguirán doliendo cada una de las muertes que ocurren en Colombia. Todos los muertos importan porque todas las vidas son sagradas. Este no es un asunto de blancos, negros, hombres o mujeres, derechas o izquierdas. Cada ser humano es valioso y es clave que entendamos que en realidad es menos lo que nos separa como colombianos, comparado con todo lo que nos une como nación.
En las diferentes cosmogonías que existen, hay una visión que se repite y que consiste en que de alguna manera todos los seres vivos estamos conectados. Todos somos uno y por ende la acción que toma un organismo tiene impacto en todo el ecosistema que habita. Pero en la desconexión en la que vivimos, creemos que como individuos no estamos conectados con la tierra que habitamos, el agua, los mares, los ríos, las montañas, los seres que nos rodean y mucho menos, los otros humanos.
Si nos fijamos bien, nuestra existencia en términos cósmicos es tan diminuta, que hasta resultamos insignificantes. Pero somos tan ególatras.
Quizás, la herramienta para sentir la armonía con esa unidad podría ser conectarnos con la vida a través de la naturaleza. Ojalá, como colombianos lográramos comprender la dimensión de la riqueza natural que habitamos. Esa es, sin lugar a dudas, nuestra mayor fortuna. Pero la desperdiciamos y con tristeza hay que decirlo, la menospreciamos.
Hasta hace muy poco tiempo lo valioso en las economías era el petróleo, las minas y la extracción de minerales, pero con el cambio climático y la catástrofe medio ambiental que las generaciones anteriores le han producido al planeta, el agua y sus nacimientos serán el gran capital del futuro.
Creemos que en nuestras casas no tenemos ningún impacto con la ciudad si consumimos más o menos agua. Solo esperamos que el recibo no llegue más caro. Incluso desconocemos el impacto que tiene agacharnos en la calle a recoger un papel y tirarlo en la caneca de la basura. O decidir pasar de largo y dejarlo ahí.
Nos falta comprender la conexión sutil que existe entre nosotros. Cada cual creerá (o no) en el Dios que mejor le permita lidiar con su existencia, pero no hace falta ir a un templo de piedra para encontrarlo. En cada esquina, en cada niño que nos cruzamos esa sacralidad habita.
Por eso cuando nos dañamos los unos a los otros, debemos reaccionar. Para defendernos y construir, pero no a punta de producirnos más daño, sino con herramientas como la comunicación asertiva y respetuosa, las propuestas con sensatez y criterio y el respeto por la dinámica de las reglas sociales que nos permiten coexistir en comunidad.
Las mafias nos destruyen. Los delincuentes nos llenan de pánico. Los políticos nos dividen. Los pesimistas nos disminuyen. Y resulta que la mayoría de personas que queremos vivir en armonía, nos apabullamos y terminamos por creer que hay más poder en la evidencia negativa de la vida, que en la bondad de la existencia.
Para algunos, reclamar por la muerte de un colombiano es un acto político, cuando en realidad es acto sublime de amor y humanidad. Para otros, creer que hay una conexión sutil entre todos es esoterismo y motivo de incredulidad. Yo la verdad prefiero creer en ella porque me hace más humana, más humilde. Y por eso, la mala noticia para los políticos, los mafiosos y los bandidos que nos apartan es que en Colombia hay cada vez más consciencia de esa unidad. Esperemos que seamos más sensatos en este nu