“Meditación y acciones conscientes”
Afirmar que “todos somos uno” no es una frase de cajón ni un lugar común con tintes de romanticismo. Por el contrario, es una realidad que las tradiciones espirituales han pregonado a lo largo de los tiempos, que muchas culturas han evidenciado y que las ciencias de frontera hoy confirman.
Es por ello que si están ardiendo la Sierra Nevada de Santa Marta, los Andes y la Amazonía brasilera el asunto nos compete a todos. Lo ocurrido allá, al igual que en todo el planeta, tiene que ver con nuestra propia vida. No me alcanzo a imaginar cuántas especies de animales y plantas siguen ardiendo, cuántos miles de kilómetros cuadrados de pulmón mundial hemos perdido; tampoco cuántos millones de litros de agua se han contaminado ni cuántas comunidades ancestrales están siendo afectadas, seres humanos a quienes debemos gratitud por ser las guardianas de la naturaleza durante milenios. Hay cálculos sobre ello, pero se quedan cortos; si bien nos va, tomará dos siglos la recuperación de lo incendiado. Hoy hay sufrimiento en la selva amazónica y en el globo entero. Desde donde estemos, podemos ayudar a trasmutar ese sufrir.
La práctica budista tibetana del Tonglen, que significa tomar y dar, nos permite conectarnos con ese dolor y con nuestro propio dolor, para transformarlo en armonía. Al inhalar el sufrimiento de la Tierra con la intención de sanarla, exhalamos amor y sanación, en un ejercicio de compasión que nos ayudará a alivianar las durezas del corazón, a hermanarnos en la intención de que la Tierra se recupere. No se trata de luchar contra el fuego, pues las luchas terminan siendo estériles. Se trata de aceptar lo que ocurre, de tomar ese fuego, ese ardor y convertirlo en luz amorosa. ¿Difícil? Sí, puede ser, pues tenemos las costumbres de pelear contra aquello que no nos gusta y evadir el propio dolor. Sin embargo, como este hace parte de la vida, podemos aprovechar el sufrimiento del planeta para fortalecernos en la unidad.
Las prácticas espirituales no se quedan en visualizaciones sino que nos invitan a la acción. Así, respirar el dolor del planeta y convertirlo en amor, pasa por tareas cotidianas que pueden ser profundamente transformadoras: dejar de consumir refrescos en envase plástico y preferir el de vidrio o, en su defecto, plásticos reutilizables; usar menos productos desechables; reciclar las hojas de papel; no dejar aparatos conectados a la electricidad; apagar las luces de las habitaciones en las que ya no estemos; ahorrar agua en la ducha y el lavamanos; clasificar las basuras y echarlas en los recipientes que correspondan; comprar productos sin empaque y reciclar los envoltorios que sean ineludibles; llenar completamente la lavadora y con agua fría; reducir el uso de la plancha; y, reducir los desperdicios de comida.
Por supuesto, cuidar al planeta no se queda en llorar por la Amazonía y todos los ecosistemas que han sido vulnerados. También es una actitud política: si seguimos eligiendo gobernantes y legisladores que favorecen el fracking, la ganadería extensiva, los monocultivos que afectan los ecosistemas, la minería a cielo abierto… poco o nada estaremos resolviendo. Es necesario combinar múltiples acciones que nos permitan elevar los niveles de consciencia. ¡Ahora!