Sí, el mundo es imperfecto, mucho. ¡Qué le vamos a hacer! Todos los días, cada día, nos llega información que no solo lo confirma, sino que alimenta la desconfianza en la humanidad, pues la vida como la conocemos parecería no tener remedio. Ese espejismo es parte del juego, el cual podemos jugar como observadores abatidos o como transformadores en acción. ¿Qué elegimos?
Los seres humanos perdemos mucho tiempo preocupándonos por lo que sucede y criticando aquello que no nos gusta. ¿Se imaginan cuánto tiempo valioso hemos perdido en esas dos actividades que, aunque las hagamos con buena voluntad, resultan estériles? Preocuparnos solo sirve para generar más estrés, sumar a nuestras vidas angustia y sumergirnos en la desilusión de lo imposible. El problema aquí es el prefijo: si a la palabra le eliminamos la sílaba pre, pasaríamos inmediatamente a ocuparnos de lo que ocurre. Por ejemplo, nos preocupamos mucho porque a los cargos de elección popular llegan personas con niveles de consciencia bajos, que vibran en la frecuencia de robos, coimas, lucros personales… Si nos ocupáramos en las épocas pre-electorales por conocer las propuestas de los candidatos, su recorrido y capacidad de gestión, sin transar nuestro voto por favores o amiguismos, llegarían las personas más probas, pues las hay de sobra.
La crítica, cuando se trata de observación, es sana. Sin embargo, queda incompleta cuando no viene acompañada de una propuesta de solución a aquello que se critica. Así, corremos el riesgo de caer en la parálisis por análisis: de ello hay libros enteros que no nos han logrado sacar de los atolladeros propios de la existencia. Si nos limitásemos a criticar aquello que podemos transformar, usaríamos mejor nuestra energía y la podríamos al servicio de fines elevados. Si por todo lo que ocurre -y no funciona como queremos o como “debería ser”- lanzamos rayos y centellas, toda esa energía se convierte en resentimiento, indignación e impotencia, cuando lo sensato sería usarla para construir. Se nos olvida muy fácilmente, o de plano no queremos comprender, que este mundo es un laboratorio que funciona a punta de ensayos, con aciertos y errores. Sí, actuar como lanzallamas también es parte de lo que vivimos y podemos trascender, un error que podemos convertir en aprendizaje.
¿Qué hacer con aquello que no podemos transformar? Soltarlo, pues no nos corresponde; si nos correspondiese, algo podríamos hacer y ojalá desde el amor y no desde el miedo, la rabia, la culpa, el odio o la venganza. Las verdaderas transformaciones, las que prevalecen a pesar del inexorable paso del tiempo, se fundamentan en el amor. Las propuestas teñidas de rencor, revanchismos e incriminaciones terminan alimentando con su mala vibra todo aquello que se hace desde precarios niveles de consciencia, pues lo semejante atrae a lo semejante. Si nosotros no podemos transformarlo, alguien más sí puede: la evolución es un trabajo de equipo, de liderazgos compartidos, de esfuerzos conjuntos. ¿Y qué es lo que primero necesitamos transformar? Nuestro interior. Ocuparnos primero en nosotros mismos es la clave.