Sorprendente avance ha logrado el Papa Francisco, y de fondo, en las relaciones de la Iglesia Católica Romana con las autoridades de China, que, no obstante su gran cambio en su sistema económico, continúa siendo, en lo ideológico, de profunda raíz marxista. Cambios impensables propiciaron en el siglo pasado líderes de mente abierta como S. Juan XXIII y Mijaíl Gorbachov que llevaron al segundo a histórica visita a S. Juan Pablo II, años después.
Respetable por su fidelidad a su pensamiento, y explicable su fidelidad a las férreas actuaciones y condenas de fuertes personalidades como un Beato Pio IX en su época, ante errores doctrinales, y de los Papas León XIII, Pio XI, Pio XII, y sus inmediatos sucesores, y del mismo S. Juan XXIII, quien fue muy claro en la descalificación del pregón ateísta del comunismo, pero respetable e histórico el paso dado por el Papa Francisco, quien, sin rectificar a los precedentes pontífices, ha dado un paso que servirá al mundo de hoy en el avance con el sistema comunista chino hacia pacífica convivencia, al que ésta ha accedido con algunas concesiones en el nombramiento de obispos cercanos al sistema, pero alcanzando de esa nación impensado y significativo reconocimiento de que para llegar todo Obispo a ser verdaderamente católico debe tener designación de la Iglesia.
Más de setenta años han trascurrido con duros enfrentamientos entre los Papas y gobernantes comunistas de China desde que ese régimen puso condiciones inaceptables de sumisión a los obispos y sacerdotes para poder actuar como tales, situación que algunos de éstos aceptaron y quedaron ejerciendo como “Iglesia Nacionalista China”, y una minoría no aceptó reclamando su autonomía, y de atender órdenes solamente del Papa, quedando éstos ante el Gobierno como “Iglesia clandestina”. Los Papas desautorizaron siempre la legitimidad de la acción de los sumisos al Gobierno y desconoció siempre como obispos a los nuevos consagrados por Obispo de la Iglesia sumisa totalmente al Gobierno.
Con miras a superar tan grave impase se dieron con el correr de los años conversaciones entre delegados del Papa y del gobierno chino, especialmente en el Pontificado de Benedicto XVI, esfuerzo que ha culminado, en estos días, con el reciente acuerdo que constituye algo trascendental cuya síntesis, he entendido, es la siguiente: el Gobierno ha dado el paso, en ambiente de comprensiva legalidad, a que los obispos católicos necesitan para su nominación y jurisdicción ser nombrados por la autoridad del Papa. A su vez el Sumo Pontífice acepta la solicitud de Gobierno de presentarle o de dar su beneplácito a los que vayan a ejercer como obispos católicos en China. Es de advertir que esa intervención estatal se ha dado a través de los siglos ya con gobiernos muy adictos a la Iglesia bajo convenio como el Patronato con España y otros imperios, con reclamos del lado eclesiástico cuando los gobiernos se han sobrepasado y, también, bajo regímenes antirreligiosos, con serias dificultades.
Grande noticia facilitar la labor de la Iglesia en China, gran apertura del Santo Padre sin quebrantamiento básico de su autoridad. Las ventanas abiertas por un Juan XXIII, y la perestroika de Gorbachov, siguen reviviendo en este siglo.