Creo profundamente, y cada vez más, que las transformaciones más poderosas se dan de adentro hacia afuera. El primer compromiso es con nosotros mismos.
Desde el pensamiento judeocristiano la frase anterior sería interpretada como el más descarado egoísmo. Somos herederos de una tradición que exalta el sacrificio y el sufrimiento, que los propone como vías legítimas para el desarrollo espiritual. Evidentemente, cada quien desde su estadio de consciencia valida diversas prácticas que propenden por el desarrollo espiritual: cada experiencia es válida. ¿Quién soy yo para decidir si una aproximación es más correcta que la otra? Solo expongo aquí un punto de vista, no una verdad única o infalible.
Desde esa base, no considero que pensar primero en nosotros mismos sea egoísmo, sino todo lo contrario: es un compromiso consigo mismo y con los demás. No hay nada más revolucionario, más transformador, que poder liberarnos de nuestras cadenas interiores, de esas rabias que nos incendian, de esos miedos que nos paralizan, de esos dolores que nos agobian. Rabia, miedo, y dolor son tres maestros de los cuales podemos aprender mucho, en la medida en que estemos listos para ello.
En nuestras interacciones cotidianas con otras personas y con el Todo llevamos a cuestas alguno de esos tres maestros, cuando no todos. Antes de reconocerles como mediadores del aprendizaje vital los habremos visto como enemigos a vencer, tiranos que derrocar, demonios que exorcizar. A medida que vamos ampliando nuestra consciencia empezamos a identificarlos como compañeros de viaje que nos acompañan por tramos de la vida. Algunos los traemos desde el vientre materno o incluso desde el momento mismo de la concepción; otros son huellas transgeneracionales que no nos pertenecen, pero si les asumimos como parte de nuestra historia, de nuestros linajes, podemos elegir soltar y cortar su incidencia en nuestras vidas y en las de quienes nos siguen. Rabia, miedo y dolor nos acompañan todo el tiempo que sea necesario, mientras aprendemos a reconocer que en realidad lo único verdadero es el amor. El camino es largo y culebrero en este mundo perfecto en su imperfección. La transformación desde adentro consiste en amistarnos con esos maestros, avanzar en integrarnos con y desde ellos.
La rabia que podemos experimentar cuando nos incumplen un pago puede corresponder a una más profunda que arrastramos desde la infancia, si no fuimos vistos como queríamos o si de plano no fuimos reconocidos. El miedo a perder un privilegio puede corresponder a uno ancestral de no sobrevivir en tiempos de crisis. El dolor de una ruptura amorosa puede estar relacionado con esa separación del Todo que experimentamos al nacer y que profundizamos en el proceso de individuación. Reconocer que la rabia, el miedo y el dolor no son eternos sino pasajeros, nos permite sanar nuestra historia y potenciar nuestro presente. Nos posibilita relacionarnos mejor con nosotros mismos y ver en todo cuando nos sucede una oportunidad de integración y curación. Es desde allí que podemos construir relaciones más armónicas con los demás, para que el supuesto egoísmo -que en realidad es amor propio- dé frutos en el afuera, acompañando a otras personas en su propia integración. Es al amor adentro, en función del amor afuera.