Nos sorprende a todos los latinos la incapacidad que manifestamos en ocasiones para resolver los problemas reales y evidentes. Somos campeones para solucionar lo que no es problema real, como por ejemplo, prohibir la pesca deportiva o poner reductores de velocidad en autopistas o puentes donde no hay ríos, cantaban Garzón y Collazos. En contraste con esto, la Arquidiócesis de Bogotá está trabajando tres obras que, lejos de enredarse en discusiones bizantinas, llevarán esperanzas a unas personas con problemas muy reales y, además, dramáticos.
Ha inaugurado recientemente una casa en el barrio Las Cruces destinada para los ancianos más pobres que deambulan totalmente desprotegidos durante el día por ese sector. Allí pueden recibir alimento, descansar, jugar, tomar un baño y asearse. En suma, ser tratados como personas en todo el sentido de la palabra. Y la Arquidiócesis está preparando también una casa, no lejos de allí, para las familias del campo que llevan sus enfermos a los hospitales públicos del centro y no tienen alojamiento dónde esperar mientras sus parientes se recuperan. Además, también se está montando un programa de atención y recuperación de adictos, que involucra a dos comunidades religiosas femeninas y una fundación para que los afectados hagan todo un proceso de recuperación con todas las de la ley. Como quien dice, a problemas reales, respuestas apropiadas.
Estas obras son similares a muchas otras de la Iglesia y de diversas instituciones y personas que salen al encuentro de los padecimientos de la gente. Y en este caso, de la gente más pobre y más desvalida. En realidad, lo que se hace es sembrar esperanza en la vida de las personas. Esperanza de poder vivir mejor, de no saltar de angustia en angustia, de estar en ambientes seguros, cálidos, respetuosos, sin asomos de violencia o desprecio. Y estas obras también causan alegría en personas de las cuales casi nadie se acuerda ni se interesa seriamente.
Creo necesario escribir de estos temas no solo para dejar testimonio de lo que se hace por el bien de las personas, sino también con la ilusión de que todo el que pueda unirse a este pequeño o quizás grande ejército de sembradores de esperanza lo haga prontamente. Y lo haga allí donde está y con los necesitados que pudiera tener cerca o de quienes les llega un grito de auxilio. A veces basta con unirse en forma permanente a una iniciativa como las propuestas de ejemplo para fortalecerlas y hacerlas perdurables.
El Papa Francisco ha insistido a los jóvenes que no se dejen robar la esperanza. Añadamos: tampoco los más pobres, los de vida más emproblemada, los seres invisibles en la sociedad del confort. No se la dejen robar porque estoy seguro de que cada vez más personas estarán dispuestas a tenderles el puente, por largo que sea, para pisar la tierra prometida que siempre será donde exista una mano tendida, una voz compasiva, un corazón amante. Acaso Jesús lo más grande que hizo y hace es precisamente hacer germinar la esperanza en quienes parecen estar apagados para siempre. No en vano se decía la luz del mundo.