Llevamos casi una semana 'recordando', es un decir, aquel acto execrable que fue la invasión de Ucrania por los dictados de un Kremlin implacable, del que precisamente este 24 de febrero se cumplió un año sin que vislumbremos salidas al laberinto. Un año en el que el Parlamento español no ha celebrado debate monográfico alguno sobre un tema que afecta a nuestra seguridad y a nuestras vidas, y eso que Madrid albergó una 'cumbre' de la OTAN en la que se dijeron cosas muy preocupantes sobre el futuro.
Un año en el que el presidente Sánchez ha hecho dos viajes a la capital ucraniana, se ha fotografiado con Zelenski, ha dicho cosas muy duras -y merecidas- contra Putin y ha anunciado el envío de seis poderosos tanques, además de la ayuda militar ya enviada, para ayudar a Zelenski a ganar la guerra. Eso, mientras el embajador ruso permanece tranquilamente en su puesto en Madrid, lo mismo que los otros representantes de Putin en casi todas las restantes capitales europeas, y mientras seguimos comprando gas ruso como si nada ocurriera. Un año, en suma, de contradicciones que nadie nos ha explicado y por las que casi nadie se ha preguntado.
Vaya por delante que mi postura personal se sitúa al cien por ciento al lado de Ucrania y en el mismo porcentaje contra ese imperialismo invasor de los jerarcas del Kremlin. Pero eso no debe ser obstáculo para exigir que desde ambas partes -desde la rusa es virtualmente imposible- se nos diga la verdad; hoy es el día en el que no conocemos de manera fiable ni siquiera el número de víctimas, ni el de refugiados -sabemos que en España hay ciento setenta mil "aproximadamente"-, ni cómo es posible que los máximos mandatarios mundiales entren y salgan con bastante tranquilidad de un territorio en guerra, ni cómo es posible que el presidente de Ucrania visite esos mismos países con aparente similar tranquilidad, cuando todos sabemos que Putin no es persona que se arredre a la hora de matar a quien considera enemigo.
Cierto que no podemos olvidar aquello de que la primera víctima en toda guerra es la verdad, porque las estrategias de comunicación se convierten en la mayor y mejor arma. Pero me parece increíble, por mucho que en el seno del Gobierno convivan -lo cual no es menos increíble- dos posiciones contrapuestas al respecto, que no se haya consultado en el Parlamento sobre el envío de armas, y que nadie desde el Ejecutivo haya revisado todas aquellas previsiones catastrofistas sobre los efectos económicos y energéticos de la contienda. En resumen, falta absoluta de transparencia con respecto al ciudadano, que es quien más padece muchas de las consecuencias de una guerra que Zelenski no puede ganar, ni Putin puede ganar. O sea, que será larga.
Y uno, como ciudadano, solo puede a estas alturas pedir que la guerra, como antes la pandemia, como antes la idiosincrasia de nuestra política, no merme nuestros derechos en el seno de una democracia. Y lo digo por mucho que en varios otros países se esté produciendo un fenómeno de regresión semejante. La guerra por imponer una democracia frente a la barbarie y la autocracia se gana también con más democracia y con más libertades, incluyendo o comenzando por la de expresión. Y en ese terreno es muy fácil ganar a Putin, claro, pero eso no puede bastarnos ni consolarnos. Entramos en el año dos del conflicto: muchos piensan que este segundo puede ser aún peor que el primero, pero que será el último.