“Mayor énfasis en la libre determinación de las naciones”
Las elecciones presidenciales en Estados Unidos deben ser entendidas como un referendo sobre los efectos de la globalización y sus impactos sobre la vida de las naciones. El desenlace era previsible y sólo deliberadamente ignorado por los militantes del correcto pensamiento político. Esta corrección corresponde a la elaboración de una filosofía elitista, que se traduce en una ideología dogmática, intolerante y convencida de las verdades que ella misma se inventa, y de alguna manera sacralizada por sus seguidores como el último y definitivo escalón de la historia humana. La estructura con la que pretendió alcanzar sus metas se tradujo en la pretensión hegemónica de un mundo gobernado por la ley internacional, dirigida por organismos supraestatales, disciplinado por ejércitos internacionales y juzgado por cortes con jurisdicción universal. Sin embargo, sus resultados hoy muestran el fracaso de sus soberbias pretensiones.
Concentraron la prosperidad en cabeza de unos pocos; fracasaron en el mantenimiento de la paz, hoy desagarrada por inmanejables conflictos bélicos y políticos en varias regiones del mundo; concibieron un orden jurídico planetario que sus propios autores violan impunemente, y construyeron una justicia con jurisdicción global de aplicación selectiva. En el marco de ese orden, que consideraron perfecto, sus arrogantes élites se desconectaron de la realidad, asumiendo comportamientos que los llevaron a vivir entre ellos, a cooptarse entre ellos, a enriquecerse entre ellos y a establecer una visión del progreso ajena a la percepción de las masas. Construyeron un pensamiento único, una ideología omnipotente, que calificó de deplorables a quienes se resistieran a su imposición, y que difunden con la complicidad de los medios de comunicación. Su religión es la de despreciar las religiones, su tolerancia fustiga toda expresión contraria al pensamiento correcto, con lo que polarizan las sociedades y discriminan a las mayorías a las que juzgan inermes ante su poder.
Por todo ello, la elección de Trump, el resultado del Brexit y el rechazo plebiscitario al pretendido acuerdo final de La Habana encarnan el triunfo simbólico de la vida real sobre la vida virtual. Se abre un nuevo escenario, el que se encaminará probablemente por el sendero de un proceso de “desmundialización” razonable que prefigura un nuevo orden internacional, con mayor énfasis en la libre determinación de las naciones, en el diálogo entre sus culturas y en la acción de cooperación de los organismos internacionales, libres de la dogmática de su burocracia.
En La Habana, como en Bogotá, negociadores y Gobierno tienen la obligación de entender el nuevo contexto que emerge, entre otras razones, porque el pueblo ya lo ha comprendido.