Son, somos, muchos los que aguardamos con impaciencia e interés lo que el jefe de gobierno español Pedro Sánchez tenga que decir, más allá de sus contactos con los medios en Bali o Corea, acerca de la muy importante crisis interna en su Gobierno. No solo por la fallida ley del 'sí es sí', ni solo por los desplantes y ataques de dos ministras a los jueces, ni porque aún aguardamos una comparecencia 'en serio' del ministro de Interior para hablar de lo que realmente ocurrió hace seis meses en Melilla. Es más, bastante más: incluso son muchos los socialistas que piensan que las cosas no se están haciendo bien, o que decididamente se están haciendo mal, y que las fotos, sin duda positivas, coleccionadas por Sánchez, interactuando en plano de igualdad con los principales mandatarios del mundo, no bastan a la hora del aterrizaje en casa.
El presidente tiene que dar un puñetazo en la mesa, piensan muchos que le son cercanos. Su gira asiática se ha frustrado en parte por los incendios internos, por las meteduras de pata de algunas ministras, por la mala organización en el partido. Esta semana tiene una comparecencia en el Senado, donde se enfrentará 'cara a cara' con el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, a quien podemos adivinar diseñando una estrategia de réplica al presidente de un Gobierno indudablemente en horas bajas. Pero al líder del PP se le van a quedar escasos esos poco más de veinte minutos que el reglamento de la Cámara Alta le concede frente al tiempo casi sin límite del que goza el presidente. En veinte minutos no se puede trazar un plan de recuperación, ni bastan las entrevistas periodísticas, en parte dedicadas a defenderse de los presuntos errores cometidos, para ofrecer una alternativa completa a lo actuado por La Moncloa.
Ignoro, claro, por dónde saldrá Sánchez. Los incendios de cada día hacen olvidar el fuego del día anterior, pero no creo que en su comparecencia en el Senado pueda seguir dando largas, como hizo en Bali, ciñéndose a que ya veremos lo que dicen la Fiscalía o el Supremo sobre los dislates jurídicos de la señora Montero (doña Irene) o que a ver lo que se decide en la Mesa del Congreso sobre la tramitación de las leyes más polémicas, entre las que no creo que el Gobierno se atreve a incluir ahora una reforma penal de la malversación.
No, en veinte minutos no se arregla un país ni se remedia un caos. Pero Feijóo sabe que hay muchas miradas puestas en él, y no creo que el PP siga esperando a que acabe el Mundial de fútbol, a que pasen las Navidades, el Black Friday, yo qué sé, para lanzar una ofensiva contra un Gobierno que está dando muestras de una alarmante falta de cohesión, lo que lastra patentemente su trayectoria. Pienso que ni las ministras designadas candidatas electorales, comenzando por la aspirante a gobernar el Ayuntamiento de Madrid, deberían, por eficacia, por ética y por estética, abandonar el Gobierno, y que Sánchez bien podría aprovechar la ocasión para hacer una crisis, una remodelación ministerial en profundidad y en condiciones.
Pero claro, todo esto no se arregla en un 'bla-bla' de veinte minutos. Ni siquiera con un discurso falto de la menor autocrítica sin límite de tiempo. Es imprescindible un golpe de timón porque el barco del Ejecutivo se está yendo a la escollera.