Causa dolor la miseria y el abandono de la hermana patria reflejada en los más débiles, los miles de niños sin atención médica, sin esquemas de vacunación, sin la alimentación básica para crecer y desarrollarse y en cambio sí padeciendo enfermedades superadas en muchos países de nuestros continente como el sarampión y la tuberculosis. Pero a los niños casi ningún político le importan. Desde hace más de una década los supermercados no tienen suficientes alimentos, situación que desembocó en el desabastecimiento de un país lleno de riqueza. La gente con un salario que no llega a los seis dólares al mes, una hiperinflación desbordada que se tradujo en que cerca de 30 millones de personas no tienen las calorías diarias suficientes para vivir.
Tan mal está el país que un pueblo entero decidió emprender la travesía mochila en mano y a pie por la cordillera de Los Andes y el resultado es que más de 4 millones de venezolanos han abandonado su tierra.
El poder y el petróleo se convirtieron en el eje de la corrupción que acabaron en 20 años con el sistema económico, social y político. Tendrían que pasar otras dos décadas para que el país recupere su producción petrolera. El caso de Venezuela es la expresión máxima de la falta de ética en la política y ya que todos entendemos bien cuán difícil es aprender de la experiencia, es de suprema importancia interiorizar las lecciones que la vecina nación nos enseña. Nada más peligroso que la terquedad ciega de los políticos que se creen mesías salvadores y que con la obsesión de sus propios ideales, conducen a miles hacia la desgracia.
Nadie quiere una guerra con Venezuela, pero tampoco ver a un pueblo sometido a la dictadura. No creamos que eso le pasa solo a los venezolanos, en Bogotá tuvimos 12 años de inoperancia y corrupción que sometieron a la ciudad al atraso en materia de movilidad, infraestructura social y seguridad. Es que luchar por una ideología es muy distinto a luchar por el bienestar de la gente. Por eso a Bogotá se la ferian como un botín electoral, con cálculos politiqueros que garanticen las presidenciales en los siguientes dos años. En la política pública ligada al bienestar, la obsesión por el poder queda en un tercer plano y el trabajo técnico, eficiente y ético sobresale muy por encima de la improvisación propia de los encantadores de serpientes que reparten la riqueza que producen otros, en lugar de invertir para que haya más riqueza para todos.
Si algo nos debe quedar como lección aprendida de Venezuela es que la demagogia es una forma de corrupción con efectos concretos sobre el bienestar y cotidianidad (carencia de alimentos, medicina, seguridad) y por esta razón las voces que desde Bogotá subestiman lo que sucede en Venezuela tienen que ser observadas y analizadas con pinzas. Estamos en el siglo XXI y las mentiras que con desfachatez dicen los políticos para acceder al poder tienen que ser controvertidas y contrastadas con la irrealidad de un modelo corrupto y fracasado que llevó a la miseria a un pueblo entero.