VICENTE TORRIJOS | El Nuevo Siglo
Martes, 26 de Marzo de 2013

Memorando al Santo Padre (II)

 

“Queremos una Iglesia acogedora y serena”

 

5- A propósito, la gente quiere que la vocación sacerdotal, esa que Usted tan ardorosamente ha podido vivir y que a mí me quita el sueño, no sea un mero privilegio ni sea reconocida tan solo en nosotros, los varones, sino que se vea y se valore también en cada una de nuestras madres, hermanas, esposas e hijas, de tal modo que, más allá de ser monjas, ellas también puedan ser la viva voz que la Nueva, pero también la siguiente Evangelización necesitan con premura.

6- La gente quiere una Iglesia que deje de comportarse como un grupo de presión, como un partido político o como un acompañante del terrorismo so pretexto de "la búsqueda de la paz" en sociedades conflictivas para volver a valorar la fe por encima de las ideologías, la esperanza por encima de los apetitos, la caridad por encima de los mecenazgos, el reposo espiritual más allá del espíritu de lucha, la misión pastoral antes que el protagonismo gremial, y el Evangelio, palabra por palabra, en acogedora meditación, valorando cada día más el vibrante poder de la oración.

7- Asimismo, querido Francisco, la gente quiere que la doctrina social no sea utilizada como punta de lanza para una Iglesia que escudada en la opción preferencial por los pobres promueve la lucha de clases y el odio justificando, velada o expresamente, la violencia.  

Queremos una Iglesia sin ostentación, sin artilugios, sin burocracias, sin tramitomanías, es decir, acogedora, serena y sencilla, en la que podamos encontrar a nuestro guía espiritual o confesor sin el temor de sentirnos frente a un agitador, un comandante o congresista frustrado.

8- Por último, querido Santo Padre, la gente quiere una Iglesia literalmente abierta las 24 horas, es decir, en Eucaristía permanente, en la que todos los sueños de socialización se hagan realidad, en la que nos regocijemos con la prosperidad, se comparta con alegría, se viva en permanente acción de gracias, se honre a nuestra Santísima Madre, y en la que todos nuestros logros se destinen a la mayor Gloria de Dios.   

Usted es nuestra esperanza, querido Francisco.  No permita que se pierda la ilusión que anida en el alma de cada uno de nosotros, siempre dispuestos a ser, como San Fancisco Javier, el de Navarra, la fuerte, temeraria y siempre lista caballería ligera de la Iglesia para llevar la Palabra hasta el propio fin del mundo.