Vicente Torrijos | El Nuevo Siglo
Martes, 18 de Agosto de 2015

Educación terciaria 

 

Durante  años, la educación media y superior en Colombia han estado marcadas por una profunda brecha que frustra el desarrollo integral de la sociedad.

Se trata de una fractura que impide la cohesión social y limita sensiblemente las capacidades productivas, competitivas e innovadoras.

Es la ruptura entre la educación "clásica", formal, universitaria, y la educación para el trabajo, el desarrollo humano, las competencias y los oficios; en otras palabras, la enorme dificultad para la aplicación directa del conocimiento a la dinámica del progreso social, el ingenio y la creatividad emprendedora.

Semejante tensión se vive desde las más tempranas horas de la educación media y a medida que se incrementa a lo largo de los años de formación individual y grupal, exacerba los conflictos sociales por cuanto unos sectores parecen condenados de por vida a desarrollar tareas de poca monta y brillo en tanto que los otros, asumiéndose privilegiados, gozan de las mieles del conocimiento que luego transfieren con cierta displicencia a técnicos y tecnológos.

Por supuesto, esta dislocación histórico-sociológica termina afectando a unos y otros por igual, de tal modo que, desconectados de la vida útil, los graduados universitarios no siempre terminan satisfaciendo sus expectativas y acaban formando una espesa capa de expertos sumamente titulados pero poco asimilables por la dinámica productiva y el mercado mismo.

A la inversa, al aceptar pasivamente el rol de ejecutar tareas que demandan mayor intensidad "física" que "intelectual", los técnicos se enfrascan en su modo de vida "instrumental" y se auto-marginan de los espacios formativos a los que, no obstante los esfuerzos de instituciones como el SENA, consideran como ajenos e inalcanzables.

Ciertamente, semejante situación no se soluciona tan solo con un sistema de becas de inclusión para estudiantes de escasos recursos a los que por sus méritos se les abren las puertas de las más acreditadas universidades privadas como "por arte de magia", acentuando así la fisura en lugar de superarla.

Para resumir, el propio Ministerio de Educación, tras años de juiciosa reflexión, ha abierto el debate sobre la "educación terciaria" en Colombia para sanar esa fractura, interconectar los dos modelos de manera real e intensiva, y abrir nuevos escenarios de interacción entre las empresas (como aulas), las escuelas (como talleres), las facultades (como laboratorios) y las instituciones dedicadas a los oficios (como sensores de las exigencias del mercado).