VICENTE TORRIJOS | El Nuevo Siglo
Martes, 2 de Septiembre de 2014

Ida (II)

 

En tales andanzas, ellas recogen por la carretera a un joven músico que, sin emprenderla contra el régimen, anima las fiestas patrias con música norteamericana, twist y jazz, los mismos con que una nueva generación de polacos baila, ríe y sueña. La monja hermosa y el joven músico no tardan mucho en enamorarse, así que, poniendo en duda sus convicciones, Ida se sumerge en los placeres desconocidos del sexo y el glamour.

Tercera pregunta: ¿somos proyanquis, libres y esperanzados, pero díscolos y libertinos?  Tercera respuesta: no. Se valora la libertad, la esperanza y la apertura, pero Ida decide dejar a Lis porque no se ve a sí misma de pueblo en pueblo, de concierto en concierto, pues, como bien confiesa, “nunca he salido a ninguna parte”.

En definitiva, ¿qué somos; quiénes somos? No somos, diría Ida, antisemitas, ni genocidas nazis o marxistas, ni opresores en defensa del régimen comunista, ni consumistas al servicio del gran capital. Por eso, al amanecer, ella decide ponerse nuevamente hábito y velo y emprender, andando, el camino de regreso a casa, al convento, donde todo comenzó.

Entonces, si todo era mentira, ¿en dónde reside la verdad? No en la vida monacal, ni en el claustro, o el silencio. La verdad reside en la fe. En la fe que ha hecho de Polonia una nación sometida a mil amenazas, invasiones y ultrajes, pero, al mismo tiempo, nación consciente, madura y serenamente libre.

He ahí el gran valor del filme que solo un año después de haber sido estrenado ya contabiliza el premio a la mejor fotografía, en Gdynia; el del jurado ecuménico, en Varsovia; el de la crítica, en Toronto; el de mejor película, en Londres y en Asturias, y el de mejor actriz y guión, en el Festival de Gijón.

Un filme que con la bella Agata Trzebuchowska y el director Pawel Pawlikowski -que a duras penas ha hecho cuatro películas más-, tiene asegurado su puesto en la antología del cine político, del cine político basado en la fuerza de la libertad y la obediencia a nuestra autoridad superior. No en vano, él mismo sostuvo hace pocas semanas que, muy preocupantemente, “estamos viviendo en la apoteosis de un narcisismo que ha venido convirtiéndose en ideología”. Pura ideología dominante.

Fin.