Vicente Torrijos R. | El Nuevo Siglo
Martes, 8 de Septiembre de 2015

Diplomacia asténica

 

AL  interminable listado de fiascos de la política exterior, el Gobierno nacional puede sumar ahora la gestión de la crisis humanitaria con Venezuela. Porque eso es lo que ha venido sucediendo desde el 2010 con una diplomacia meliflua, maleable y asténica.  Sobre todo eso: asténica, o sea, macilenta, pusilánime y exigua.

Para no continuar con adjetivos, lo cierto es que da un poco de pánico y pena ver a la Canciller, compungida y desolada, sosteniendo, al día siguiente de la votación en la OEA, que “se sentía sola”, reflejando de ese modo la situación estructural de la política exterior colombiana. De hecho, el Jefe de Estado sostenía, el 22 de agosto, que no tenía ni idea de los motivos por los que su buen amigo de Miraflores había resuelto clausurar la frontera. Días después se pegó al teléfono rojo llamando a Nicolás, pero jamás obtuvo respuesta, ni devolución de la llamada, ni explicación alguna.

Al garete, y sin saber de dónde venía, ni hacia dónde iba, se le ocurrió una semana más tarde multilateralizar el problema porque las rechiflas, las violaciones y la presión intrapartidista no le permitían seguir navegando en la desidia.

A tientas, tuvo la ocurrencia de someterse a una votación intrascendente en la OEA que, aun si hubiese sido favorable, solo habría dado paso a un foro de cancilleres en que el chavismo se habría solazado mostrando los enormes defectos del Palacio de Nariño, cuya política de fronteras es apenas una manifestación más de tanto disparate. Para no hablar de Unasur, a donde también se quería acudir, pensando que por su condición de expresidente, el actual Secretario iba a abandonar su papel de portavoz del eje Managua-Caracas-La Habana.

Obligado, pues, a adoptar una postura patriótica que no le caracteriza, el Gobierno, aquejado por terrible diplopía, se ha lanzado sin freno por cuanto sendero se le ocurre: que la OIM, que la CIDH, que la CPI, que la Secretaría General de la ONU, sin querer reconocer cuál es el fondo del problema.

Porque, en el fondo de todo, lo que aquí se tiene es un modelo de relaciones exteriores que felicita al despotismo, que negocia la refundación del Estado con el terrorismo, que se deja acompañar y admite como garantes a regímenes totalitarios, que concilia con las dictaduras que le arrebatan el Caribe, y que deja el interés nacional absolutamente a la deriva.